De gesto severo, Germán es un tipo solitario y silencioso. Otro de tantos desamparados que intentan aferrarse al día a día como si fuese una última bocanada de aire. Un conductor que, tras haber conseguido dejar atrás su adicción, volverá al redil, al lado de Cacho, un viejo conocido que trabaja para la mafia local y que hará que Alina se cruce en su camino. Ella, indómita pero, al fin y al cabo, presa de una situación para la que no parece haber vía atrás, quema también sus últimos cartuchos, buscando huir de una vida que solo arroja piedras a su camino sin importar por qué. La descripción de ambos personajes, matizada y meticulosa —que Escalera complementa dando pinceladas a la relación entre Cacho y Germán, o exponiendo, a través de la relación con su madre, la senda trazada por este último—, sirve en Hamburgo para concretar un tono que encuentra en el estilismo implementado un acercamiento al ‹noir›, concretando sus pasos en la dirección de un thriller que surge como herramienta.
No es que por ello el cineasta renuncie a los estereotipos del género, hallando especialmente en la concreción de cada escenario el modo idóneo desde el que trazar sus coordenadas. Pero la tensión y sequedad que las veces manan del mismo se concretan más en determinadas imágenes —como esa estampa con la que su autor abre el film— que en secuencias desde las que armar un ejercicio tenso y descargado.
Hamburgo tiene claro que aquello que le interesa está en el trazo de una senda escurridiza e inevitable, esa que transitan sus personajes, y que los bajos fondos son sencillamente un escenario para ello. De hecho, que el film transite dos relatos paralelos —a fin de cuentas, tanto Germán como Alina buscan salir del pozo en el que están inmersos— que se entrecruzan por las circunstancias sin buscar tejer un conato de relación, dice mucho acerca de las intenciones del mismo. Ambos personajes no son sino piezas destinadas a encontrarse sin necesidad de establecer un vínculo que se deslice mas allá de sus intereses. Algo que Alina demuestra en todo momento, intentando usar a Germán sin éxito, aunque de la evolución de este ultimo se deslice, más que empatía, una cierta humanidad hacia ella en alguna secuencia muy concreta. Germán tiene claro su rol y así lo expresa en su modo de actuar, pero conoce a fin de cuentas el reflejo de lo que es Alina en el fondo.
Así, el nuevo trabajo de Escalera funciona mejor en su vertiente no tanto dramática, sino de descripción de personajes y contraposición de los mismos, que como pieza ensamblada desde la que constituir un ‹noir› que, no exento matices, se resuelve sin complejidades. Cabe destacar que sus carencias —una puesta en escena que se siente impostada, la despersonalización de escenarios y lugar donde acontece la acción (sabemos que es Marbella a raíz de un diálogo y poco más), el vago manejo de algunos estereotipos…— no terminan por opacar del todo su retrato, pero sí condicionan una mirada exenta de la fuerza necesaria. Un hecho que ni siquiera se desliza de sus (escasas) secuencias de acción, ejecutadas con pulso y determinación.
Al final lo que queda es una obra que no termina por conjuntar del todo sus distintas facetas, y si bien cuyo intento se puede llegar a valorar, queda en una extraña tierra de nadie. Hamburgo es, en definitiva, una obra que sobresale más por la mirada de su autor que por un resultado repleto de disonancias que, sin ser del todo discutible, trasluce en algo insuficiente a todas luces.

Larga vida a la nueva carne.