Replicar el símbolo.
El cineasta vasco Pello Gutiérrez regresa con Erreplika, una película sobre los huecos, tanto físicos como intangibles, que presentan nuestras vidas y que participan en definir su devenir. Por muy críptica que pueda parecer esta premisa, Gutiérrez la convierte en el punto de partida para explorar el vacío que dejó el fallecimiento de su padre, el cineasta Juan Miguel Gutiérrez, y cómo su ausencia reverbera en los huecos a su alrededor. El director descubre una de las antiguas películas de su padre, Zikuñagako Ama (Virgen de Zikuñaga), filmada en 1978 y concebida como un documental sobre la trainera del club de remo de Hernani. Durante el rodaje de la película, dos guardias civiles, alarmados por la presencia de las cámaras, interrumpieron la filmación y confiscaron el material correspondiente a la bendición de la trainera. Lejos de omitir el incidente, Juan Miguel Gutierrez lo incluyó en el montaje como un hueco: un trozo de película virgen, una imagen en negro. Erreplika recupera esta historia para enunciar su pregunta elemental: «¿La ausencia de una imagen puede ser tan fuerte como su presencia? Y en ese caso, ¿qué hacemos con ese vacío?».
Es en este punto donde Pello Gutiérrez se aventura a proponer correspondencias entre huecos, enlazando la memoria familiar con la memoria colectiva en un intento por reflexionar sobre nuestra relación con las imágenes. El protagonismo del relato se desplaza hacia la desaparición de la Virgen de Zikuñaga, una talla gótica del siglo XIII que fue robada en 1979. Este suceso marcó profundamente a la comunidad de Hernani, que jamás recuperó la imagen original y aprendió a convivir con dos réplicas de su patrona. El documental muestra cómo, con el paso del tiempo, se fue consolidando un vínculo con las figuras substitutas, hasta el punto de transformar la la imagen original. Las nuevas generaciones, sin un recuerdo con el que trazar una comparación, experimentaban la réplica como si se tratara de la original, manteniendo con ellas un vínculo genuino. De este modo, la película se entrega —quizás con una insistencia excesiva— a explorar el valor de los símbolos y la función que cumplen las imágenes para el ser humano. Lo cierto es que el director tan solo pone a circular estas cuestiones sin aterrizar del todo ninguna idea sorprendente, pero le sirve para traer de vuelta el punto de partida del film en un final ciertamente conmovedor. En última instancia, emplea la deriva para buscar el recuerdo de su padre, para revivificar su memoria, a través de múltiples objetos —símbolos— que Pello Gutiérrez ha atesorado desde su fallecimiento. Concretamente, la película culmina mostrando una maqueta construida por los compañeros de trabajo de su padre como un homenaje póstumo, que representa el puente de autopista sobre el cual estaban enterrados sus padres y que él mismo había filmado para una de sus películas. Gutiérrez utiliza esa maqueta para recrear, con una cámara en el interior de un coche de juguete, la escena de la película original. En ese gesto final, Erreplika encuentra su momento más luminoso: la réplica de una imagen trae de vuelta, por unos instantes, el recuerdo de su padre.
