Erik Poppe… a examen (II)

Schpaaa no tiene una traducción académica sino arbitraria. Es un vocablo que se puede usar exclamando cualquier situación «guay, chachi o cool» dependiendo del momento o la situación geográfica de los protagonistas. El título conecta con esa banda de cinco quinceañeros —incluso menores— que campan a sus anchas por el patio del colegio, las calles de su barrio y otros lugares de la ciudad. La cinta es la crónica de siete días que se desarrollan progresivamente, desde un inicio festivo hasta ese final dramático. Es una semana como cualquier otra para Jonas, Emir, Jack, Lile Jan y Ali, jornadas en las que hurtan dinero o posesiones a sus compañeros de colegio, dan una paliza a yonquis o trabajan como intermediarios para camellos. Así hasta que los juegos dan paso al peligro.

Cuando el cineasta noruego Erik Poppe termina su primera película está cerca de cumplir los cuarenta años, una edad que le proporciona ventaja emocional por la perspectiva distante que toma sobre la historia narrada en Schpaaa, acerca de una pandilla de adolescentes conflictivos que delinquen por su ciudad. Sus modos se alejan de la evidencia de otros films contemporáneos norteamericanos sobre jóvenes, obras como las de Larry Clark o Harmony Korine. O de obras más moralizadoras como la española Historias del Kronen. La virtud de Poppe en su ópera prima es la elusión de posibles explicaciones que reflejen el contexto familiar o social de sus personajes. Aunque sí aparecen adultos como la madre de Jonas, que intenta convencer a su hijo para que abandone la pandilla y se aplique más en los estudios, tutelándolo con más torpeza que determinación. O el tío delincuente del discapacitado psíquico Emir, el mayor del grupo pero el menos inteligente de todos. Es cierto que los chicos no tienen un contexto apropiado para salir de sus broncas y demás trapicheos, pero tampoco es un entorno tan decadente como para ser carne de cañón ninguno de ellos.

El director utiliza para esta crónica los intertítulos que encabezan el orden de cada día, alternándolos con un tiempo presente —pero abstracto— durante el que Jonas permanece preocupado en la sala de espera de un hospital, vestido formalmente en lugar de su ropa deportiva habitual. El salto de una narración pasada en la mayor parte del metraje, interrumpida por  esas escenas breves con el primer plano del protagonista, expectante, sin saber ni él ni los espectadores qué sucederá cuando ambas líneas temporales colisionen. Es evidente la falta de pericia en el orden o alternancia del pretérito con el presente que confunden también al público, quizás por un empeño en crear el suspense que se antoja innecesario en un drama de este estilo. No resulta de gran ayuda ese alejamiento deliberado del sentimiento, una falta de empatía hacia los personajes que, afortunadamente, no son juzgados por el realizador. Pero tampoco son atendidos como esos seres perdidos que no saben cómo proceder ante unas circunstancias criminales que los superan, una razón para olvidar cuanto antes a los protagonistas según termina la película.

Las deficiencias pesan demasiado en el resultado final del filme, pero lo bueno es que al ser el primer trabajo cinematográfico del noruego, son más interesantes los aciertos formales que salvan esta producción del olvido total. Por un lado Poppe no da rodeos en la presentación de los chicos, descritos antes por sus relaciones, gestualidad y acciones que por los diálogos, a pesar de la narración inicial de Jonas con su voz en off. El método representativo trata de resultar ágil mediante cortes directos del movimiento, saltos temporales y planificación al ritmo dela música. Al ser una historia protagonizada por adolescentes el cineasta busca más a esta generación entre los espectadores, con esas esencias propias del videoclip, aunque bien traducidas al cine.

El punto fuerte de Poppe —al igual que ha demostrado en su filmografía posterior— es el uso de la banda sonora musical y los efectos de sonido para crear una textura sugestiva y muy expresiva, un ambiente sonoro que opera de manera inconsciente en la percepción del público y enriquece la película. Schpaaa permanece así, como una obra mejorable de un cineasta en evolución, pero que tiene suficientes puntos de interés, respeto por sus personajes y sugestión sensorial, para situarla en una filmografía que progresa mejor de lo esperado tras ver este film.

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