En otro país (Hong Sang-soo)

Primera y única parada de un viaje inesperado. Aterrizamos en la playa de Mohang para vivir a través del puño (y letra) de una joven guionista que, alterada por el motivo que la encierra en ese lugar, decide escribir un guión. En pleno ejercicio de estilo, esta guionista juega con los elementos comunes de la historia para bifurcar las posibilidades en varias vidas. Su escrito lleva tres direcciones completamente distintas en las que tres Anne (todas ellas interpretadas por Isabelle Huppert) pasan por Mohang por motivos diversos.

Hong Sang-Soo consigue desplegar un juego inmenso con esta sencilla idea, en la que se repite el lugar, ya que todos acuden a un mismo hotel en el que les recibe una joven amable, aduladora y dispuesta. También el fondo, referido al paisaje, pues todos conocen al mismo salvavidas, siempre excesivo en sus respuestas y atento quienes se acercan a él. Algunos objetos se vuelven en pilares de la narración repitiendo patrones (o necesidades) como pequeños detalles, los que siempre enriquecen. Pero las historias son opuestas entre sí, aunque todas acaben con una francesa buscando un pequeño faro.

Es aquí donde radica el delicioso deleite de esta película, cada pequeña aventura en la que se embarca Isabelle Huppert y su Anne particular. Todas ellas francesas, de belleza natural, con el cabello recogido y fumando (como aquel estereotipo en el que nos basamos al pensar en la mujer francesa, cigarrillo en mano y mirada perdida, en apariencia, que atraviesa a aquel con quien se cruza). Son tres las mujeres que se destapan en esta obra, en situaciones tal vez extravagantes por su simpleza o por los gestos de quienes las acompañan al saberse incomprendidos por un idioma y costumbres que no comparten, al fin y al cabo siempre se repite el hecho de que es una extranjera quien llega a una ciudad desconocida por unos pocos días.

Tenemos una Anne sofisticada y seca, directora de cine. Seguimos con la mujer de un magnate enamorada de un coreano que es un poco despistada y soñadora. Terminamos con la mujer a la que abandonó su marido por una coreana, perdida y caprichosa. Todas excesivas en su modo de expresarse, todas con su rostro perdido cuando los demás hablan en coreano para que ellas no les entiendan, todas graciosas, a su modo, por sus coquetas respuestas al intentar compartir sus necesidades. Igual es una debilidad la aparición de Huppert, pero sacarla fuera de un contexto conocido para aferrarla a tres esculpidos personajes resulta de lo más enriquecedor.

Este hecho propicia todo tipo de situaciones cómicas, al pensar en la sobreactuación de aquellos momentos en los que expresarse necesita la ayuda de nuestros gestos. También por la repetición se convierte en un añadido siempre, al resaltar una idea común, en la que los personajes que aparecen en la historia que uno escribe, siempre se pueden aprovechar y exprimir al máximo en otros relatos. Porque de eso se trata, de dar forma de un modo directo, a un borrador de un guión escrito por un motivo exclusivo. Al menos es lo que imagino, todo escritor se basa en temas que dominan para comenzar, ya que resulta más creíble convertir una ficción sobre una base conocida. Por ello todos los pasajes tienen en común el lugar donde se encuentra la escritora, algún director de cine, un motivo por el que acudir al lugar donde todo se desarrolla, el maldito dinero y el alcohol, que siempre da juego para perfilar alguna situación tensa.

Resulta brillante el esbozo de un texto que pasa directamente a la pantalla, es como sumergirse en la cabeza del creador, en aspectos que nunca van a ser pulidos, donde hasta cada escena repetida trae consigo un fresco soplo al no saber cual será la dirección que tomará cada jugada. Añadamos a todo esto la pulcritud y el desafío de su Hong Sang-soo, que encuadra cada situación con gusto y se aprovecha de los zooms rápidos para enviarnos del lugar al detalle y viceversa para exprimir la expresividad del momento. Por mucho paraguas que aparezca, esta película se convierte en esa fina lluvia que uno decide disfrutar en el rostro, convirtiéndose en algo gratificante.

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