El tercero (Rodrigo Guerrero)

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El tercero en discordia, protagonista absoluto. La intimidad sonríe en este casual encuentro en el que tres son las aristas marcadas para formar la homogeneidad del deseo.

Nos metemos de lleno en esas ganas de carne, en un rincón privado que muestra con cierta fanfarronería la exposición total. El primer contacto con el trío es a través de sus chats con webcam incluida donde calentarse la boca y los ojos, donde proponer el juego erótico en un punto encerrado, sin ninguna presión y con total artificialidad: la conversación se traslada a lo explícito… y nada más. Son esos planos fijos que nos ofrece la cámara de cualquier ordenador donde aparece la constante: el sexo queda relegado a un trabajo de actores, la cámara se quedará fija en largos periodos para que la distensión del momento sea más realista. Un grato intento de dejar paso al teatro, ese que parece conocer el director, para que sean ellos quienes guionicen con sus gestos tan parecidos a la propia espontaneidad una noche de palabras y sexo que derivan en amor.

La radicalidad de una conversación que mantiene una pantalla como intermediaria se rompe al ver a un joven nervioso, con una mirada llena de miedo y un movimiento ansioso que espera que se abran las puertas del paraíso (un simple ascensor, un timbre). Llega la naturalidad al juntar las tres aristas en una misma estancia. De un incómodo inicio se puede sacar provecho, al permitir crecer la complicidad a límites insospechados. La confortabilidad va buscando su sitio y gana terreno el interés por conocerse y darse a conocer. Los planos siguen estáticos y permiten que incluso en un silencio molesto todo siga su curso, sin manipulación alguna. Cada cambio de escena es una nueva etapa, un avance hacia una posible definición de plenitud.

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Del interés entre personas se pasa a la masa física, a la tensión de músculos, caricias completas y besos sonoros, las aristas se fusionan y dan paso a una larga secuencia que muestra pasión y deseo, los gestos siguen ganando terreno, hay libertad absoluta para someterse en una cama tres personas que quieren formar una sola. Es extensa la situación, pero aún así justificada, una nueva cresta de ola en una noche que va generando expectativas para todos los presentes.

La conexión entre los tres hombres no rompe sus roles, el de un chico joven e inexperto, un tanto parado que se atreve a enfrentarse a la pareja, algo más madura que él, que disfruta de la idea de un juego sexual donde compartir sus dos formas algo opuestas pero bien compenetradas. Esos roles sí se relajan cuando todo ha pasado, cuando queda la calma absoluta, el descanso merecido, donde todos son iguales ante la almohada. Ya no existen secretos, ya todo da igual. El final es placidez. Un joven ha descubierto que una noche puede ser mágica, pero su recuerdo puede ser incluso mejor.

Es esta experiencia la que supera cualquier horizonte, impidiendo que el número o género de participantes sea importante, lo realmente veraz es el juego que convierte la noche en algo para no olvidar, la sonrisa boba que demuestra felicidad. Sus rostros no pasan desapercibidos para la cámara, pues son esos los verdaderos músculos que trabajan sin descanso en este escarceo, quedando claro que el caramelo, en esta situación, es el amor por lo vivido y nada más.

ElTercero

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