Tras realizar un remake de Oldboy hace doce años, el director estadounidense Spike Lee aborda ahora una reinterpretación en clave moderna, negra y neoyorquina del clásico thriller de Akira Kurosawa El infierno del odio. En ella, el rol del protagonista es tomado por Denzel Washington, quien interpreta al productor y empresario musical David King. En plena decadencia de su negocio y a las puertas de tomar una decisión sobre venderlo o comprar las acciones necesarias para salvar su proyecto, Trey, el hijo de David, es secuestrado. Su intención de colaborar y pagar el rescate cuanto antes, sin embargo, se enfría cuando se descubre que Trey está bien y que, en realidad, el secuestrador se llevó por error a Kyle, el hijo de su chófer y mejor amigo Paul.
Tomando la misma premisa que el clásico de Kurosawa, Lee propone en Del cielo al infierno una relectura que reflexiona sobre la cohesión de la comunidad afroamericana en el distrito de Brooklyn, reflejando las diferencias de clase sustanciales que obstaculizan dicha cohesión, pese a la cierta comunión cultural que permanece y la transversalidad de los problemas estructurales de racismo y desconfianza de las instituciones. Como representante autoerigido de la comunidad, David exhibe orgulloso los avances que ha logrado con su marca promoviendo la cultura musical negra y lanzando a jóvenes al estrellato; como empresario en una posición privilegiada, sin embargo, su frialdad y falta de empatía se hacen notorias frente al dilema que le ocasiona la situación desesperada de Paul.
Este análisis, que la película expone de manera sólida durante la primera mitad de su metraje, construye un protagonista muy interesante y complejo y pone el dedo en la llaga acerca de lo que significa hoy en día pertenecer a una comunidad históricamente oprimida, cuando los elementos de opresión y desigualdad se reproducen dentro de ella. Sin embargo, una vez se encamina la resolución del conflicto de intereses entre David y Paul, la cinta se aboca a un estado moral confuso e inconsistente, en el que Lee parece no tener la voluntad de posicionarse o de empatizar con las personas menos favorecidas, y que termina en una celebración del ‹statu quo›, del éxito personal de David y de una lectura profundamente meritócrata que desdeña los motivos y la identificación emocional con el secuestrador, dejando un regusto sorprendentemente antipático y la suspicacia de que el director ahora se siente más cerca del protagonista que de quienes le rodean.
A los problemas para hallar una continuidad ética en la segunda mitad y las sospechas de que Lee no tiene o, al menos, no muestra la misma energía reivindicativa que ha caracterizado al grueso de su obra, se suma la sensación constante de que el filme no es capaz de organizarse del todo a nivel estético o narrativo. Por poner un ejemplo de lo primero, a Lee le gusta la idea de filmar sus escenas desde varios planos, una decisión atrevida y que refleja una clara intención y energía autoral, pero el resultado en la película es engolado y dificulta la asimilación visual de lo que se está contando; sin embargo, las peores decisiones formales de la cinta se dan en el apartado sonoro, en el que frecuentemente se deja correr una pista musical que no corresponde ni con la acción ni con los diálogos, generando una falta de conexión emocional entre los eventos de la trama o los personajes y el sonido de fondo. En cuanto a lo segundo, a la ya mencionada falta de continuidad ética se añaden escenas absolutamente ridículas, como la que muestra a David expresando su conflicto moral frente a su colección musical privada.
Del cielo al infierno tiene, con todo, cualidades que le permiten en muchos momentos superar las adversidades mencionadas. El pulso de la dirección, pese a los problemas que tiene para conjugar algunos de sus elementos, es innegable y brilla en particular en las escenas de acción, siendo dos de sus mejores secuencias la del pago del rescate y la de la incursión para recuperar el dinero. Lo que esas dos secuencias demuestran también es que la película no es en realidad un producto plenamente fallido desde su puesta en escena, sino una toma de riesgos formales constante en la que Lee echa todos sus elementos y recursos al lienzo sin filtrar, con lo que bastantes de ellos no funcionan, pero no pocos sí lo hacen y generan el efecto deseado. Asimismo, las influencias y esferas temáticas de su obra se siguen haciendo notar en esta película, generando una complicidad notable con la mirada, siempre llena de cariño y de admiración por su idiosincrasia y diversidad, que refleja Lee de la ciudad de Nueva York; la idea de ambientar la escena del pago del rescate en medio de un evento cultural portorriqueño, o la manera en la que se crea comunidad a través del deporte —otro de los temas principales de su cine— y del odio colectivo a los Boston Celtics, evocan una sensación de comunidad y de pertenencia que, en mi opinión, no se logran por otras vías narrativas. Sin embargo, el elemento que eleva definitivamente la cinta de categoría y la convierte en, como mínimo, un entretenimiento notable durante gran parte de su metraje, es la presencia estelar de Denzel Washington en un papel que se impone a las inconsistencias del guion y a la escasa fuerza de la mayoría de sus secundarios (exceptuando a Paul y al secuestrador, con quienes mantiene una química brillante), y que logra sacar un personaje memorable tanto en las más irregulares escenas íntimas como en la acción, en la que se luce especialmente.
Se podría considerar, sin duda, a Del cielo al infierno como una película en muchos aspectos fallida, que no logra acercarse en calidad ni consistencia a la cinta original y que, yendo a aspectos todavía más sangrantes, refleja elementos de desgaste en su director, tanto en forma como en fondo; pero el desgaste nunca es completo, y lo que conserva es más que suficiente para que merezca la pena el visionado, conformando una obra irregular pero con destellos de genialidad que transforman el regusto amargo en agridulce.
