Dearest Sister (Mattie Do)

Si hay una cinematografía que ha indagado y explorado con amplitud un tema tan complejo como resultan ser los lazos familiares, esa ha sido la oriental. Y si dialogar a través de ese tótem siempre ha resultado intrincado, en mayor medida debe serlo hablar acerca de vínculos un tanto más lejanos. De aquellas familias (des)conocidas que todos tenemos en un u otro lugar pero ante las que la palabra lazo pierde su significado. Nada mejor pues, que volver a oriente —y a otro tipo de cine, más que emergente, residual (o al menos para el espectador occidental), como la de Laos—, para desgranar un ámbito distinto desde una óptica distinta. Quizá el objetivo entero de Mattie Do no sea ese, pues en realidad bajo los mimbres de Dearest Sister se percibe una mixtura de géneros —que nos llevan desde un terreno más dramático hasta un fantástico que llega a colindar tímidamente con el cine de terror— que busca explorar otras vías para, en el fondo, armar un esqueleto que permita llevar el cine de género a otra ventana por la cual seguir rastreando un caudal capaz de dotar de una mayor significación a todo aquello que el horror, mediante un prisma o más palpable o más sobrenatural, analiza.

Ese horror pone en relieve en Dearest Sister precisamente algunas de las constantes que se deducen del marco fijado por Do, y tanto desde la fragilidad al afrontar un universo desconocido por parte de su protagonista como el temor a lo extraño dentro de un terreno, aunque familiar, lejano, incluso en ocasiones áspero, conforman el espectro en que se moverá el film. Es así como la cineasta encuentra su particular forma de indagar en el terror, un terror que de vez en cuando se sumerge en unos matices sobrenaturales afines a la propuesta, pero que en todo momento encuentra en lo tangible, terrenal, la mejor de sus arterias para desarrollar temas mucho más sugerentes. La premisa de la que se nutre Do, no deja de ser un mero pretexto para elevar un relato cuyo armazón se comprende mejor desde un acercamiento dramático por mucho que incluso en sus medios para concluir todo parezca anclado a las bases de una crónica más terrorífica de lo que en realidad es: porque Do huye de esa panorama, y su interés por enfatizar elementos de tensión en torno a ese cauce termina por resultar nulo, no tanto por falta de recursos, sino más bien por un interés menor del que cabría esperar.

Es, por tanto, Dearest Sister una cinta imbuida por la esencia de sus ideas, y es que aunque incluso su directora comprenda —a nivel formal— ciertos tramos que rezuman una tenebrosidad inoculada por una atmósfera sombría —algo que, por cierto, contrasta a la perfección con esos cimientos que sostienen y espolean el relato—, no es sino una forma de exponer esa vertiente sobrenatural que recorre la película de Do, por más que sus efectos resulten más un detonante que una vía articular. De respiración pausada, imágenes evocadoras y una inquebrantable mirada mediante la cual abordar una concepción sin derrocar sus propósitos a través de una veta más interesada, Dearest Sister se propone así como una extensión de ese horror oriental que habían desentrañado (con ideas y firmeza) cineastas como Hideo Nakata, y que había derivado en una parodia cada vez más confusa y abrupta, pero que de la mano de Mattie Do no únicamente recobra (algunas) sensaciones, además sostiene una perspectiva liberada, que no se rinde ante los excesos y los preceptos más elementales del género, además de abordarlos con una madurez impropia en un segundo largometraje tan imperfecto como prometedor (por lo que viene).

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