El pasado año la Semana de la crítica de Cannes nos descubría uno de esos talentos a los que habrá que prestar atención en los próximos tiempos, el de una cineasta, Constance Tsang, que recogía al finalizar el certamen el premio Touch du Jury por Blue Sun Palace, recién estrenada el pasado viernes.
La mirada de Constance Tsang ya se extendía, sin embargo, en sus cortometrajes anteriores desde una mirada descreída en torno a la sociedad que funcionaba en su debut en ese terreno en forma de sátira con Carnivore, y más adelante arrojaba una perspectiva alrededor del mundo del arte y su entorno devorador con la que sería su tercera pieza, Beau.
Es en este última, co-escrito junto a su habitual productor Tony Yang, donde la cineasta chino-estadounidense explora una naturaleza egoísta y en cierto modo frívola a través del relato de Beau, una artista que ultima su exposición junto a su pareja en el que parece ser su salto definitivo dentro de un mundo parasitario y desposeído de humanidad: basta con observar la supervisión que realizará uno de los contactos de la protagonista, con una gestualidad que la aleja en especial de Marion, la pareja de Beau; o la charla de esta con uno de los compañeros que en principio tendrá Beau cuando se desplace a Londres, y cómo evita la pregunta acerca de una posible colaboración con ella, para avistar un universo frío y distante, que se mueve en torno a intereses y posibles réditos.
Pero no todo termina ahí para Beau, y es en esas tensiones con Marion que Tsang expone donde el cortometraje moldea sus posibilidades. La forma en que la cineasta describe, ante todo desde lo visual —su vestimenta, también sus gestos, pero en especial el empleo de cada plano, amplificando o reduciendo la importancia de las figuras en pantalla—, a sus dos personajes centrales, dota de un significado muy específico a sus acciones. De hecho, la forma de modular su tono, encontrando motivos en la caracterización de dichos personajes, hace que por momentos la obra orbite hacia un terreno genérico ya acometido en Carnivore, logrando explorar las pulsiones del microcosmos definido. Aunque aquí obviando el componente más gráfico y bordeando una incertidumbre que queda reflejada en especial en la perturbadora mirada de Marion desde esas gafas que parecen ocultar algo más de lo que se vislumbra a simple vista.
Beau se asienta como una pieza con inquietudes, quizá limitada por el formato y por la exposición de una idea concreta cuyo desarrollo podría resultar de lo más sugestivo. Ello no impide que asomen algunas virtudes —como ese notable trabajo donde la puesta en escena destaca a través del color— que esperemos se vayan concretando y afianzando ante uno de esos nombres a tener en cuenta: es suficiente, para comprobarlo, con acercarse a cualquier sala en la que proyecten Blue Sun Palace, una de esas óperas primas que a buen seguro dará que hablar.

Larga vida a la nueva carne.