Christian Petzold… a examen (II)

Jerichow

Jerichow se encuentra entre los dos grandes bloques que conforman la filmografía del director alemán Christian Petzold: es su trabajo inmediatamente posterior a su trilogía Gespenster (Fantasmas), y el anterior a su nueva etapa más academicista (sin abandonar sus preocupaciones en torno al ser humano) que analiza el pasado histórico de su país, iniciada con Bárbara (2012), y que continúa con la ahora estrenada en cines españoles Phoenix. Estos dos últimos filmes le apartan definitivamente de los parámetros (muy poco definidos, por otro lado) del abstracto movimiento conocido como la Escuela de Berlín, o Joven Cine Alemán del siglo XXI, del cual Petzold era uno de los principales representantes. Esa ya no tan joven escuela, que retomó (tras casi dos décadas de mutismo) el camino del Nuevo Cine Alemán, y que ha abierto toda una nueva senda para la generación inmediatamente posterior (la de Dennis Gansel, Dietrich Brüggemann, David Wnendt, Pola Beck, Lars Gunnar-Lotz o Jan-Ole Gerster), centraba su interés sobre todo en el presente y en los conflictos de los personajes en el mundo moderno, dominado por el poder económico. Un descontento propio del pensamiento postmoderno, rechazando tanto la idea de unidad colectiva como la de individualismo, que conduce al aislamiento emocional.

Jerichow sería uno de los últimos ejemplos de dicho movimiento, aunque ya empieza a apreciarse en ella cierto espíritu clásico. De hecho, se trata de una revisión del género de cine negro a través de El cartero siempre llama dos veces, la novela de 1934 de James M. Cain. Petzold toma la base de la historia de Cain: Thomas es un hombre arruinado que comienza a trabajar para el matrimonio formado por Ali, un inmigrante turco que regenta una cadena de locales de comida rápida, y Laura, por la que el protagonista empezará a sentir una fuerte atracción. Como ocurre en Phoenix, el director maneja la tensión a través del juego con el espectador, al que le da pistas e información que los personajes desconocen. El realizador dispone los cuidados planos en escenarios muy concretos, que se repiten de forma cíclica: la casa del protagonista, la de la pareja, el coche, el bosque o la playa. A pesar de haber grandes espacios abiertos, la sensación que transmite Petzold es claustrofóbica, potenciada por la expresividad de los claroscuros.

Jerichow

La película empieza y acaba con Thomas dando la espalda a la cámara (recordemos el cartel de Bárbara, que nos la mostraba igual). Los personajes de Petzold están abandonados por el mundo, y su reacción es girarse ellos a su vez ante todo. El actor Benno Fürmann encarna a la perfección al típico tipo duro, brusco, pero que se transformará involuntariamente, movido por una nueva sensación de arrebato, en el héroe que debe salvar a la damisela en apuros. ¿Pero realmente Laura necesita su ayuda? Las historias de Petzold se caracterizan especialmente por el protagonismo de las mujeres, de caracteres fuertes, decididos, aunque siempre dependientes de algo que las supera. En Jerichow, con su imprescindible Nina Hoss (que, salvo dos excepciones, ha protagonizado todas sus películas), el director realiza una reformulación de la tradicional ‹femme fatale›, en el sentido de que maneja a los hombres, pero sin un interés perverso ni oculto, más allá del sentimental. Estamos, por tanto, ante los personajes (pese a su apariencia distanciada) más pasionales que Petzold había creado hasta la fecha; su cine comienza a dar el giro hacia la tragedia romántica que en Phoenix llegará a su punto álgido, y que el director concluye siempre con unos magníficos y silenciosos finales, de una poética casi shakespeariana.

Aunque, como hemos dicho al principio, Jerichow ya no se encuentra dentro de la trilogía de Petzold, en la película sigue habiendo fantasmas: son figuras reales, pero que no saben cuál es su lugar (y por tanto, el espectador tampoco sabe ni de dónde vienen ni a dónde van; el director siempre sesga esa parte), que deambulan y reaparecen para despertar los miedos más cotidianos: la avaricia, la nostalgia, los celos, la intolerancia o el egoísmo. No es la muerte, sino estos sentimientos, los que engendran los espectros de la sociedad contemporánea.

Jerichow

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