Cabeza de ratón (Ivo Aichenbaum)

Cabeza de ratón es, en esencia, una crónica del desencanto. Adquiriendo una forma similar a la del diario fílmico, Ivo Aichenbaum, a través de su cámara siempre curiosa e inquieta, nos ofrece un retrato amargo de su ciudad natal, Río Gallegos, que es a su vez la materialización de unos sueños de juventud rotos, la viva imagen de la frustración, la desolación de la quimera. Las tasas de desempleo disparadas, la vida cultural bajo mínimos, la energía vital adormecida por las dificultades económicas. La concreción espacial o geográfica no impide apreciar en el paisaje pampeño de Río Gallegos el reflejo de esa crisis material y espiritual que actúa desde hace varios años a un nivel global, de ahí el impacto universal de la película, cuyo pesimismo no cuesta nada entender y sentir como propio.

Cabeza de ratón

Cabeza de ratón es, también, una narración sobrevolada por el fantasma de un amigo muerto. El núcleo del malestar que expresa la cinta se irradia desde la significativa ausencia del joven amigo de Aichenbaum, que decidió poner punto y final a una serie de decepciones por la vía del suicidio, ese “síntoma furioso” que comenta Aichenbaum en un momento determinado del documental. Éste, sin mayor rumbo que el de retratar el proceso de readaptación de su protagonista-director a esa tierra que le vio nacer, va fluyendo con libertad dejando momentos e imágenes cargados de fuerza poética, de sentido político, de zaherida humanidad.

La figura de Néstor Kirchner (especialmente admirada en Río Gallegos, lugar donde residió) reaparece ahora en un contexto de crisis y desesperanza, y en mitad de unas elecciones en las que pocos parecen creer. En gran medida, la estrategia de Aichenbaum se basa en contrastar lo que fue y lo que es, la promesa y la realidad frustrada. Así, fragmentos de vídeos institucionales que ensalzaban años ha la prosperidad económica de Río Gallego dan paso a una ciudad en declive, marcada por la falta de oportunidades y la desidia general de la población.

Entre todas estas imágenes e ideas encadenadas hábilmente por Aichenbaum, destaca una extraída de El eternauta, ese clásico del cómic argentino de Oesterheld: el único héroe verdadero es el héroe colectivo. La salvación no está en el individuo concreto, sino en la masa anónima. Si salimos de esta crisis galopante que parece no acabar nunca, será por la conjunción de fuerzas de toda la población. Otra idea apuntada por Aichenbaum: el apocalipsis aparece con la forma del capitalismo desbocado y agresivo. Se ha perdido la inocencia del miedo al meteorito, queda el desconsuelo de los números y el miedo al porvenir. Tiempos de ansiedad.

Cabeza de ratón

La cinta, de este modo, va desgranando las diferentes formas que adquiere el desencanto ante la ausencia de expectativas y la supervivencia cada vez más dura en esa ciudad extraña y deprimente (en la que jóvenes bailando apáticamente música techno y madres columpiando a sus hijos conviven en el mismo plano), intercalando pasajes atractivos (los niños en Halloween) con imágenes de otros tiempos (la rabia del presente descargada a través del heavy metal en la banda que tenía Aichenbaum cuando era adolescente), y ofreciendo, finalmente, un fresco sentido y siempre cercano de esa ciudad desdibujada, mortificada, que Aichenbaum filma en sus últimos planos entre brumas casi apocalípticas. Lo que no queda claro es si, una vez despejadas dichas brumas, habrá espacio para la recuperación y el renacimiento económico y moral, o si ese paisaje después de la batalla esconderá una tierra desolada y definitivamente estéril.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *