Borau y el cine (Germán Roda)

Últimamente, me suelo preguntar a menudo si el cine ha perdido su encanto, su poder de seducción, su estatus social… ¿le importa a alguien lo que se dice o cuece en Cannes? ¿Seré yo el que se ha alejado del cine? ¿Llevo razón cuando comento que las generaciones más jóvenes han visto un cine mucho más limitado, han dejado de buscar y explorar y se contentan con lo que hay en Netflix? ¿O es que simplemente hasta yo me hago viejo y amargo? ¿No es verdad que lo que eran vacas sagradas del cine hasta hace dos días ahora están olvidadas? O quizá sea así, y cada generación se carga en parte el pasado para seguir creando cosas nuevas y en realidad a Russ Meyer no lo conocía ni el tato tampoco antes por mucho que algunos nos lo pasáramos teta con sus obras.

Todo esto enlaza —en mi cabeza— con un documental como el presente, y con un cineasta que me maravilló cuando comenzaba la universidad hace casi 20 años. Todos tenemos nuestra lista de obras cinematográficas que nos marcaron y atesoramos como parte de nuestro despertar fílmico, películas que nos definieron en determinados lugares y momentos dados, especialmente de jóvenes. Furtivos, de Borau, fue una de esas películas que guardo en el baúl. Recuerdo el preciso momento en que una corriente eléctrica recorrió mi espina dorsal y los ojos se abrieron un poco más, con la presentación de unos de los personajes mediante el reflejo de una puerta que se abre. O algo así. El caso es que la imagen, sea real o no, la conservo.

La cosa es que José Luis Borau, el crítico, el profesor, el novelista, el presidente de la academia del cine con las manos pintadas de blanco en señal de repulsa a ETA, su imagen, su cine… pues está… eso, un poco en el olvido, por no decir que si preguntas, te dirán que Borau es un lateral derecho del Rennes. Y aprovechando el 50 cumpleaños del estreno de su obra más famosa, la mencionada Furtivos, se va a recuperar en festivales, a la vez que se publican libros como Iceberg Borau y Furtivos y sale a la luz este documental.

Estamos ante una obra didáctica. Hombres y algunas mujeres ya mayores hablan del cineasta. Imágenes fotográficas de la época, fragmentos de sus películas, voz en ‹off› explicativa y algún momento del propio Borau dando una entrevista en la tele. 80 minutitos. Agradable y rápido. Si me quedo con algo, es la mala suerte que tuvo en general a pesar de un gran éxito arrollador que le hizo sombra toda su vida —la malsana Furtivos, con esa madre opresiva, ese deseo incestuoso, el ambiente… era 1975, la censura estaba a punto de venirse abajo y Borau pudo estrenarla sin apenas cortes en la sala de montaje. Era el momento ideal—.

Como mencionaba, una documental didáctico que intenta aunar fuerzas con otros proyectos para reivindicar la figura de una de nuestros directores más importantes. Loable, sin duda. Interesante incluso, más por ver si la idea consigue dejar poso. Yo personalmente no le veo recorrido. No es tanto que llegue tarde. Porque, al menos, ha llegado. No es que las formas remitan más a un correcto material de tarde de salón frente al televisor que a pagar una entrada para huir del calor en junio. No. Es que según mi monólogo interior, ya no hay público para una cinta así porque ya no interesa un documental sobre un cineasta. Pero eso son mis pensamientos y desvaríos, no es cosa de la cinta.

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