En quizás el capítulo más bello de su libro Carnal Thoughts, la teórica del cine Vivian Sobchack describe, a través de la impresión que le causó la película El piano (Jane Campion, 1993), un tipo de cine cuya comprensión responde tanto a la vista y al oído como al resto de sentidos. Sobchack reivindica la corriente fenomenológica como un método para construir teoría fílmica, analizando los films no tanto desde un punto de vista racional sino basándose en lo que nos hacen sentir a nivel físico.
Blind Massage, la última película de Lou Ye, es un ejemplo perfecto de ello. La historia que cuenta, sobre un grupo de ciegos que trabajan en un salón de masajes, podría parecer a priori un simple melodrama coral, una descripción amable de lo que significa ser invidente. En cambio, el director chino ha logrado construir un film donde los protagonistas sufren, lloran y aman con intensidad, sin que ello signifique obviar una discapacidad que hace sus vidas todavía más complicadas.
Lou Ye, perteneciente a la 6ª generación de realizadores chinos, es uno de esos cineastas difíciles de etiquetar. Obsesivo (hizo más de 100 montajes diferentes de Blind Massage), comprometido e incómodo para un régimen que le prohibió hacer películas en territorio chino durante cinco años, su cine no ha logrado todo el reconocimiento que merece. Pese a triunfar en festivales como Berlín o Cannes, su nombre es todavía poco conocido entre el público, quizás por basar su cine en emociones llevadas al extremo. En Blind Massage, su última película hasta la fecha, el director de Shanghai mezcla algunos de sus actores y actrices más habituales (Eric Qin, Guo Xiaodong) con otros amateurs para crear una pequeña comunidad de personajes aislados física y emocionalmente.
De la misma manera que Sha Fuming (Eric Qin), el director del centro de masajes, insiste en hacerse fotos aunque nunca verá el resultado, Lou Ye ha realizado una película que se podría ver con los ojos cerrados, aunque para comprenderla en su totalidad sea necesario usar los cinco sentidos. El director compone en Blind Massage una sucesión de planos medios y cortos para realzar, mediante un cuidado diseño de sonido, el fuera de campo absoluto que perciben los personajes. Ello, sumado a una estupenda banda sonora (compuesta por un Jóhann Jóhannsson pre-Arrival), hace que la dimensión acústica de la película sea excelente.
Hay un cierto aire de inescrutabilidad en Blind Massage, especialmente a causa de un montaje abrupto y unos personajes encerrados en sí mismos pese a su extrema capacidad de sentir. De hecho, los momentos menos desconcertantes del film se dan cuando lo visual solo es una vía para hacer que el espectador logre tocar, oler y degustar junto a los personajes, en una particular sinestesia muy poco explorada en el cine.
Seguramente, sin esa necesidad de Lou Ye por hacer sentir al espectador no se entenderían algunas decisiones valientes, como lo explícito de algunas escenas. Pese a un metraje algo excesivo y una trama demasiado encorsetada en la lógica del melodrama, Blind Massage es un film capaz de llevar a un espectador dispuesto en un viaje a los extremos del placer y del dolor, y eso es algo que muy pocas obras pueden conseguir.