Aro berria (Irati Gorostidi)

Si por algo destacaba el anterior trabajo de Irati Gorostidi, el cortometraje Contadores, del que se podría comprender Aro berria como una suerte de continuación espiritual expandiendo sus lindes, era por la representación precisa y cuidadosa de una época muy concreta, emergiendo así como si de un retrato se tratase. Lejos, sin embargo, de tantas otras miradas que han incurrido en una recreación de una etapa pasada concreta excesivamente mecánica y calculada, el trabajo de la debutante sobresale por huir de cualquier impostura o corsé.

Su puesta en escena nos traslada a un universo de colores saturados, donde el grano colma la imagen casi como una forma de resistencia, aportando una vivacidad atípica, alejada del contorno laboral (y, por ende, social), y la luminiscencia de cada escenario evita cualquier tipo de vinculación con esos parajes grises e incluso sombríos tan comúnmente reproducidos por la complexión del cine socio-político de época patrio.

Gorostidi huye, a través de esa percepción, de cualquier gesto neutro y complaciente para asentar su obra sobre un registro extraño, incluso en cierto modo áspero, que contamina su dispositivo narrativo y supura una sensación abrasiva difícil tanto de digerir como de describir. Con esto se genera un contraste en tanto sus personajes buscan huir en ese retiro de una realidad que choca con su percepción, pero al mismo tiempo puede llegar a suponer una experiencia erosiva; surge así una marcada ambivalencia en el retrato por parte de la cineasta, que  asienta los cimientos de su obra sobre la construcción de un estado propio. Y es que aunque resulte difícil confrontar un film como el que nos ocupa, aprehendiendo dicho proceso y otorgarlándole un sentido —aunque llegue a ser extenuante, la mirada de su autora nos lo presenta de forma límpida, sin ejercer juicios de valor—, el infranqueable convencimiento en su dispositivo le confiere la capacidad de captar estampas imbuidas por una fuerza insólita.

Aro berria dilata sus secuencias acentuando los rasgos de una imagen cuya fisicidad se eleva como uno de sus grandes atributos; se torna pegajosa, pastosa, desplegando el potencial de un cine que se encuentra en la resistencia de cada plano por concluir, por encontrar una continuidad en el espacio y en el tiempo. Compone así Gorostidi un film por momentos incómodo, incluso irritante, que no comprende de límites ni mesura.

Excesivo y agotador, su dimensión se contrapone a esa idea del retrato neutro, automatizado, descrito desde una pudorosa distancia. Su autora forja una experiencia inmersiva que, para bien o para mal, se despliega concienzudamente, penetrando en la mente del espectador y creando una imagen que va más allá de lo imaginable, de lo perceptible; que convierte lo meramente descriptivo en una nota a pie de página, en un subterfugio banal.

Puede que, con ello, Aro berria termine por engullir aspectos de lo más sugerentes e interesantes en ‹pos› de la suspensión de un estado que desplaza cualquier consideración al respecto. Si ello ayuda a hacer confluir la idea de obra persistente, obstinada, incluso infranqueable, y dicha confluencia es suficiente, es algo que cada espectador deberá decidir. Pero desde luego cabe destacar ante todo que estamos ante una obra valiosa en tanto en tiempos de anemia fílmica, de patrones y de algoritmos sabe hacer reaccionar al espectador e instaurar un estado que nos interpele, que nos obligue a plantearnos cuestiones no desde lo discursivo, sino desde una imagen que llega más lejos de lo que cualquier palabra pudiera imaginar.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *