Arco (Ugo Bienvenu)

Si una virtud se le debe conceder a Arco, es la de saber describir un universo y proponer motivos propios con una facilidad asombrosa. En ese sentido, el film de Ugo Bienvenu transita terrenos como el de la ‹sci-fi› de aventuras con una sencillez envidiable. Si acaso se le puede achacar que en realidad aquello que formula a través de su estructura no es novedoso (ni lo pretende). Es por ello que sus logros se amplifican a través de la exposición y puesta en escena de un universo construido con un mimo y afecto que se desliza ya desde sus primeros compases.

En ese aspecto, el cuidado y minuciosidad empleados en una animación que brilla por sí sola opera como elemento vertebrador del microcosmos articulado por el cineasta. Todo esto, que se podría antojar testimonial, resulta clave en la inmersión en ese mundo que apenas necesita unos pespuntes para concretar tanto su tono como sus intenciones.

La pericia mostrada por Bienvenu, que a fin de cuentas no deja de transitar ideas conocidas y hacer bascular las propias sobre lugares comunes, otorga al film un vuelo que nos permite trazar un vínculo mucho mayor con aquello que propone y, en especial, con sus personajes. Es por ello que resulta tan fácil establecer una conexión, incluso aunque estemos ante tres malandrines que a priori buscan su beneficio. Porque hasta en la inclusión de individuos de dudosas intenciones acierta el film, no por retozar en una mirada bondadosa que las veces bordea el cine de animación, sino más bien por comprender cada pieza como un modulador de su tono y actuar en consecuencia.

Arco resulta embriagadora, y lo logra con una naturalidad aplastante. Buena parte de ello surge a raíz de un dispositivo narrativo tan en apariencia simple como en realidad sinuoso; y es que cada apunte y cada detalle, por exiguo que parezca, va conformando los confines de un universo en el que no sorprende, a fin de cuentas, que la relación que entablan sus personajes humanos sea aquella que consigue henchir de emoción y sentido al viaje propuesto por el cineasta galo.

Esto no implica ni mucho menos que aquello que alude a lo tecnológico, en ocasiones retratado como el elemento hostil, deba tener connotaciones negativas: es, de hecho, a través de la presencia del robot de Iris donde se refuerza una de las ideas más valiosas de Arco, la de la comunicación como ingrediente esencial para continuar un avance que, en el fondo, reverbera sobre nuestra condición y se pronuncia en torno a lo afectivo.

Con estos mimbres, Ugo Bienvenu consigue engarzar una obra que va más allá de cualquier referencia o planteamiento previo, y que sobresale, logrando que su valor resida no únicamente en el itinerario trazado y los escollos surgidos, asimismo en una concepción que se desprende con una destreza inusitada de los espejos en los que se podría llegar a reflejar.

Arco es, por todo ello, una joya de la animación reciente que despliega cada idea con un poderío que radica en su sinceridad; logra, además, disponer el equilibrio idóneo sobre cada una de sus partes y desentrañar un relato que, raro en los tiempos que corren, mira al futuro con esperanza, delineando una armonía que consigue llevarnos más lejos que nunca. Una auténtica preciosidad.

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