Aquel verano en París (Valentine Cadic)

Se estrena Le rendez-vous de l’été, en su título original  —“La cita del verano” sería su traducción  y tiene mucho más sentido que el libérrimo título que se le ha otorgado por aquí abajo de los Pirineos, pero claro, al igual que en una película con nazis hay que meter la esvástica en el cartel para enganchar a un público potencial, la palabra París tiene el mismo efecto. Bien pensando podrían haberse venido arriba y decantarse por París como puedas—, primer largometraje de la artista multifacética, directora y actriz principalmente, Valentine Cadic, que visto lo visto será un nombre a tener en cuenta a partir de ya.

Aquel verano en París evoca un tiempo distendido, donde un personaje en transformación discurre por un paisaje y unos habitantes que van calando gota a gota en su manera de entender la vida a la vez que sana unas heridas del pasado más reciente. Lo que lleva a la obra, ojo al dato al triple que me voy a marcar ahora mismo, por los terrenos del género de la ‹road movie› más que del drama con toques de comedia —o viceversa— con la que se ha promocionado. Posiblemente, para muchos espectadores, de forma demasiado… mínima, pequeña.

Me explicó. Blandine —interpretado por Blandine Madec— llega a París proveniente de un pueblecito frente al mar de Normandía. Y no llega en un momento cualquiera, no. Es verano. Pero no un verano cualquiera, no. Es el verano de los Juegos Olímpicos del 2024. El caos. Millones de personas disfrutando, otros millones de personas huyendo como pueden de la ciudad. Blandine es una chica inocente y tierna, pero también algo opacada. Está ahí por varios motivos, entre los que destaca reencontrarse con su hermanastra y conocer a su sobrina, o ver a su deportista favorita en acción. pero nada sale como esperaba.

Lo que sigue es una Blandine en constante movimiento,  con una ligera sonrisa tímida de compromiso ante cada nuevo infortunio. Casi sin darnos cuenta ha transcurrido la primera media hora de película, más que suficiente para entender como es esa personita, Blandine, adulta y jovén aún, que no será nunca la más popular ni famosa por su retórica. Es más bien alguien que de primeras, por su forma de ser, de vestir, incluso su físico, no recordarás haber visto. Así, de primeras, parece un personaje gris, sin mucho que contar ni aportar. Para nada.

Lo cierto es que en esta primera parte, entendiendo que se quieren formar las bases del relato, yo personalmente acabo algo cansando. Pero como dicen los líderes de sectas suicidas, lo mejor está por venir. El letargo y la apatía de Blandine simplemente enmascara una carga emocional soterrada. Una vez que se junta, casi por compromiso, con su queridísima hermanastra, actúa como un personaje secundario para todos los demás, alguien que simplemente hace acto de presencia y va pasando por la vida de unos pocos personajes.  Pero en esta suerte de ‹road movie›, hay margen y tiempo para que algunos habitantes puedan acariciar aunque sea el alma de nuestra protagonista, como su sobrina, con quien se abre con toda la facilidad que no tiene con su hermana.

Blandine aparece en la vida de su hermana o de su ex-cuñado en momentos extraños de sus respectivos mundos, con todo patas arriba. Para ellos, es sólo una sombra que está ahí, incordiando más o menos, siendo el opuesto de ellos y la ciudad; Blandine, el pueblecito frente al mar de Normandía, y ellos, el sálvese quien pueda de París en medio de las Olimpiadas. Durante este torbellino de emociones que afloran a su alrededor, de la vorágine del turismo y de la ciudad que vive cada día como si fuera la última y definitiva batalla, Valentine Cadic y su coguionista Mariette Désert, deciden filmar a Blandine y su soledad. Una soledad bien llevada, donde se encuentra a gusto, y por lo que cada encuentro es para ella un regalo del cielo que disfruta con pocas palabras ante de volver a sumergirse en la ausencia de compañía humana —aunque esté rodeada a todas horas—, algo de lo que ella es más consciente de lo que parece inicialmente, pero no es cuestión de desvelar más detalles de la cuenta.

Como decía, el inicio de la obra me resultaba algo lento y pesado. Que sí, que es buscado, que nos sumerge a la perfección en ese personaje del que se podría entender como algo bobalicón. Pero luego, tras el transcurso del metraje y de los minutos, la obra se va transformando, revelando sus cartas y nos sumerge en un estado de desasosiego, donde ocurren infinidad de pequeñas batallas con Blandine como testigo involuntaria —el momento de la comisaría es brillante—. Y cuando ya su cineasta nos tiene en la palma de su mano, meciéndonos como le da la gana, la película acaba, que son 77 minutitos lo que dura.

Cuando vuelvo a pensar en la obra, me viene a la cabeza algunos veranos pasados, ya lejanos, de los que la memoria nubla o mezcla detalles. Donde hubo fragmentos insignificantes de la vida para un observador, pero que marcaron y me transformaron en mi etapa de niño a adolescente, por ejemplo. La obra se siente igual al acabar su visionado. Tal vez por eso se perdona y bastante el título en español, que al final es más certero de lo que parecía.

Estuvo bien ese verano.

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