Sobre las nuevas oportunidades vitales
El director francés Laurent Slama parte en su tercera película —y primera publicitada con su auténtico nombre— de una serie de elementos que no suelen coincidir en un relato. En primer lugar, está la vibrante y atestada ciudad de París precisamente el día de la ceremonia inaugural de los Juegos Olímpicos de 2024. En medio de este ajetreo rayano en el caos, Slama se centra en Elisabeth (la periodista y actriz Agathe Rousselle, mundialmente conocida por su protagonismo en Titane, de Julia Ducornau), una mujer con discapacidad auditiva que se enfrenta a diario con la depresión, mientras trabaja en la gestión de pisos de alquiler turístico. El director, que también produce, coescribe el guion y fotografía, nos la presenta desde el mismo arranque aturdida, estresada y solitaria, en primeros planos a contraluz, reflexionando en una intensa voz superpuesta que parece dirigirse a una persona perdida de su pasado, preparándose en casa batidos de verduras y ansiolíticos, o soportando a excéntricos e irrespetuosos turistas con una radical carencia de empatía.
Esta rutina deprimente se verá alterada con la llegada de Elijah (Jonas Bachan), un californiano de espíritu libre y risueño especializado en hipnosis que ha llegado a Paris para preparar a los atletas participantes. Suya es la frase «Si hay un río, hay que coger el barco». Y desde luego, esa actitud antagónica de Elijah pone a prueba el frágil equilibrio emocional de esta mujer, que en realidad es una experta autodidacta en tecnología. A partir de su accidentado encuentro, cuando al ir a entregarle su piso turístico, él le advierta de que los anteriores inquilinos todavía se encuentran allí y además están manteniendo relaciones sexuales, porque ella no puede oírlo, sus vidas se entrecruzarán durante las siguientes atropelladas horas. Entre reencuentros con amigos de Elijah, paseos en bici en grupo por la ciudad, o veladas de borrachera en los atestados bares con grandes pantallas de televisión, su azarosa unión generará algo orgánico y hermoso, tras poner en jaque las respectivas visiones del mundo que cada uno sostiene con sus actitudes diametralmente opuestas.

Cobijada en una atmósfera conmovedora y desenfadada, la película de Slama, que tuvo su estreno mundial en la competición International Narrative de Tribeca, es capaz de captar con un tono humanista y compasivo la contradicción entre el caos urbano y la belleza que puede encontrarse en sus rincones más íntimos. En este segundo apartado y con una potente significación respecto al anhelo de paz interior que aqueja especialmente a Elisabeth, hay que destacar esa estampa idílica, casi mágica, lejos del mundanal ruido, al lado de un lago que recuerda sobremanera Los nenúfares de Monet que tanto reconfortan a nuestra protagonista. Es en esos oasis físicos y narrativos, donde el director desarrolla una sensibilidad pictórica notable, al mismo tiempo que conecta sus imágenes con todo el espectro auditivo de contrastes que tan relevante es en este relato.
Y es que el director Laurent Slama, acompañado por el actor Jonas Bachan, lo ha dejado claro durante la rueda de prensa ofrecida en Valencia, «En esta película me centro en la experiencia de la pérdida auditiva, a menudo incomprendida y estigmatizada, una discapacidad que crea barreras, distancia, fatiga e incertidumbre. A través de Elisabeth quise hablar de algo universal: la búsqueda de identidad en un mundo que no siempre acepta la diferencia. Quería que el público escuchara el mundo como lo hace ella, sumergiéndose en su soledad, aislamiento y su fuerza interior. Quería que conectara con cierta abstracción y eso tiene que ver también con la manera de ver los colores y enlaza con el impresionismo y Monet». En este sentido, el diseño de sonido, que consigue emular las continuas desconexiones auditivas a las que tiene que recurrir Elisabeth para aguantar el ritmo frenético de su día adía, es otra de las virtudes de un film que rezuma frescura y espontaneidad en amplios tramos de narración —no en vano fue rodada durante el momento en el que París estuvo más vacío de parisinos y sin ningún tipo de permiso; así lo explicitó Jonas Bachan, «improvisamos mucho durante todo el rodaje, paseamos por París y dejamos que fluyera la cosa»—. Aunque también consigue atrapar la complejidad emocional de los traumas vitales, las vicisitudes que a menudo comprometen la salud mental, con autenticidad y emoción.

«El Cine es más hermoso que la vida.»





