Father Mother Sister Brother (Jim Jarmusch)

La Biennale de Venecia se ha erigido desde hace varios años ya como la plataforma más prestigiosa del cine de autor americano en Europa, donde muchos de los realizadores de Hollywood más autorales presentan sus proyectos en ‹pos› de una reverberación internacional. Chloé Zhao, Todd Phillips, Laura Poitras o Guillermo Del Toro han sido laureados con el prestigioso León de Oro, pero pocos autores lo han logrado con una obra tan minimalista y sensible como lo ha hecho Jim Jarmusch, uno de los últimos poetas americanos. Pocos de los anteriormente nombrados se pueden enmarcar como puramente líricos, directores que entienden sus imágenes como versos a concatenar con el fin de intentar aproximarse a lo absoluto mediante la semiótica, como describiese Juan Ramón Jiménez. Es por tanto siempre satisfactorio volver a Jarmusch, quien con Father Mother Sister Brother recibe el mayor galardón de su carrera, un filme indudablemente personal que vive del imaginario “jarmuschiano” sin aportar demasiado a este más allá de una antología de historias amables y mundanas.

El tríptico antológico le sirve a Jarmusch para narrar, gracias a familias diametralmente opuestas, aquello universal en todas ellas, lo que todas las relaciones familiares comparten entre sí indiferentemente de sus características singulares. El elenco, con estrellas como Adam Driver, Cate Blanchett o el añorado Tom Waits, forma el prisma poliédrico que el realizador empleará para filmar una vez más la inacción, lo rutinario y arbitrario de nuestras acciones, consiguiendo así una comedia mucho menos impostada y más natural de lo que el género acostumbra. Los lazos paternofiliales pronto se revelarán como el claro eje narrativo sobre el que pivotarán las narrativas de los excéntricos personajes que Jarmusch disfruta en diseccionar hasta encontrar su niñez sepultada, el porqué de su carácter y decisiones vitales.

Cercano por momentos al psicoanálisis, en varias secuencias el autor nos lleva a un terreno más dramático, al que adereza con su característica ironía, para dejar que subyazca de manera natural una humanidad realista y enternecedora, y que, gracias a su fina pluma, incluso los avatares más pintorescos de la cinta sean totalmente verosímiles. Los silencios incómodos, las rencillas familiares y los recuerdos serán el óleo utilizado para el tríptico lienzo que el autor plantea, arriesgándose estructuralmente y, tristemente, deslavazando el relato a su paso.

A cada relato, la frescura narrativa del comienzo va erosionándose hasta llegar a ciertos lugares comunes, ciertos mecanismos narrativos algo manidos y muy alejados de la sensibilidad única del autor, quien ha sido capaz de dirigir auténticas obras geniales como Paterson o Bajo el peso de la ley. Alejado de estas obras, aunque con claras reminiscencias, Jarmusch cambia de tono y estilo en cada una de las tres viñetas del film, con buenos resultados emocionales y cómicos, pero que no terminan de operar tan sobresalientemente en el conjunto, destacando mucho más los aspectos dramáticos en unas y los cómicos en otras, contrastando en exceso.

Jim Jarmusch, ese canoso poeta que no pierde las ganas de reír, alza el León de Oro con una cinta amable y sensible, que no necesita forzar sus elementos cómicos, sino tan solo hilvanarlos con la experiencia familiar universal y dejar que florezca la poesía. Si bien es cierto que la cinta contiene claros altibajos, es esperanzador constatar que hay quien todavía cree en los versos como puentes unificadores y en la risa como fármaco.

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