Supernatural (Ventura Durall)

Supernatural es una película dirigida por Ventura Durall, trabajo que se presenta como un híbrido entre documental y ficción. El filme contrapone dos polos: por un lado, la figura de un chamán/curandero espiritual (el padre, ya fallecido), objeto de creencias populares; por otro, su hijo, un médico racional, escéptico, cuya vida aparentemente tranquila se ve alterada al contactar con una creyente que afirma haber sido “curada telepáticamente” por aquel. La premisa invita a explorar la tensión entre fe y razón, entre lo esotérico y lo científico, un conflicto clásico, pero siempre relevante.

Durall opta por un tono sobrio, casi clínico, para exponer ese choque entre mundos opuestos: la fría lógica del protagonista (médico) versus la emocionalidad, la fe, la sugestión. A través de diálogos, viajes, reminiscencias familiares y escenas íntimas (algunas incluso ritualistas como sesiones de tarot), la película va desmenuzando heridas personales no cerradas, dudas existenciales y la tentación de lo irracional. No se busca un “terror sobrenatural” clásico, ni efectos especiales, sino más bien un estudio de personajes, de creencias y de vulnerabilidades.

Esta elección de forma le otorga honestidad: no pretende engañar al espectador con humo, sino abrir una grieta para pensar, cuestionar, sentir. En ese sentido, la película se distancia de lo manipulador: no hay exageraciones sensacionalistas, ni sustos fáciles, ni golpes baratos. Lo que hay es un intento de entender lo intangible desde lo humano.

Uno de los méritos de la película es su voluntad de ir más allá del simple debate “fe vs ciencia”. Porque bajo ese conflicto aparecen otros: traumas familiares, la culpa, la vulnerabilidad emocional, la necesidad de creer cuando la lógica no basta, y el poder de la sugestión. No se trata de demostrar quién tiene razón —lo racional o lo místico— sino de exponer los pliegues íntimos de las personas: cómo el dolor, la pérdida o la fragilidad pueden abrir puertas a lo irracional.

Esa ambivalencia es también su gran virtud: el filme no ofrece respuestas claras, sino espacios de duda. Y en ese lugar ambiguo reside su fuerza.

Lo que funciona: la honestidad del planteamiento, la contención formal, la delicadeza en el tratamiento de los personajes, la capacidad de incomodar sin recurrir a trucos baratos. También su voluntad de problematizar la fe, la sugestión y la psicología humana desde un punto de vista reflexivo más que moralizador.

Lo que limita: algunos espectadores podrían sentirse decepcionados (sobre todo quienes esperen algo de horror, tensión sobrenatural o revelaciones espectaculares). Porque Supernatural no es un filme de terror tradicional: su fuerza está en lo íntimo, en la ambigüedad, en el diálogo entre personajes. Esa sutileza puede ser percibida como “lenta” o “expectante” por quienes buscan emociones fuertes. Además, al no moverse claramente en un terreno (¿documental? ¿ficción?) la sensación puede ser de indefinición, de un relato que coquetea con muchas ideas pero no se decide del todo por ninguna.

Por todo ello, Supernatural es un cine valiente: apuesta por lo reflexivo, intimista, no da respuestas fáciles. Invita al espectador a mirar detrás del velo de lo paranormal: a indagar en la fragilidad humana, en la necesidad de creer, en el poder de la sugestión. En un panorama saturado de películas que buscan impresionar con sustos, efectos o sensacionalismo, esta obra destaca por su humildad y sinceridad.

No será una película para todos, pues exige paciencia, predisposición, apertura a lo ambiguo, pero para quien esté dispuesto a escuchar sin prejuicios, ofrece un viaje inquietante hacia los límites de la razón y la fe, hacia lo invisible que nos mueve desde dentro.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *