Para ser una opera prima, Goodbye Julia, del cineasta sudanés Mohamed Kordofani, demuestra ser una cinta ambiciosa en todos los frentes. Kordofani practica al unisono el oficio de sociólogo e historiador. Un retrato intimo de la perdida, el arrepentimiento, el perdón y el racismo, magnificados y contextualizados en medio de grandes conflictos políticos en Sudán a finales de los 2000. También mediante las imágenes y el sonido consigue momentos de suficiente intencionalidad y expresividad que estriban de una mirada particular y para nada superflua. Aún así, el carácter novicio de Kordofani se puede intuir con facilidad en la falta de precisión en los gestos, resultando en un acabado en ocasiones ortopédico o llanamente tibio.

Antes de la independencia de Sudán del Sur, en Sudán existía una gran división entre dos mitades de su población por cuestiones de etnia, religión y clase social. El marido de Mona, una cantante árabe retirada, asesina al esposo de Julia, una “sureña” pobre que vive con su hijo en condiciones de exclusión social. Su estatus les permite encubrir la muerte y escapar impunes, pero Mona, carcomida por el arrepentimiento, decide darle trabajo como criada a Julia, que no conoce la verdad del crimen. Siempre es peliagudo abordar un tema desde la experiencia del opresor privilegiado que se arrepiente de su propia condición. Muchas películas que lo intentan dejan un sabor de boca agridulce. Sus esfuerzos bienintencionados esconden una miopía y condescendencia para nada agradable. No es el caso de Goodbye Julia. Kordofani construye una telaraña de resentimiento que atraviesa a todos los personajes de alguna forma. No tiene miedo a mancharse las botas. Cuestiones como el racismo no se entienden simplemente de forma unilateral. Mona es la clara protagonista de la cinta pero el punto de vista no es para nada rígido y fluctúa con la perspectiva de Julia. Con esto se consigue una mirada oblicua y matizada, que ayuda a entender la transformación de su personaje principal. Kordofani resuelve una trifulca complicada con autoconciencia y sin ser moralista.

La forma de narrar la historia es bastante hábil e inteligente. La trama nunca parece una excusa para hablar de un contexto político concreto y aún así consigue hacer un retrato preciso y accesible. El balance entre sus ambiciones como documento histórico y su parte más humana y emotiva se mantiene estable durante la mayor parte de su duración. La cinta abre muchos caminos distintos que se entrelazan y se complementan sin estar demasiado reclinados en el dialogo. Por ese motivo, los clímax de ambas tramas principales —las relativas a la relaciones que mantiene Mona con su marido y Julia— dejan bastante que desear, al condensarse en dos largas conversaciones. Aunque puedan fallar en su ejecución, puedo entender las decisiones que toma Kordofani. A nivel formal, a menudo encuentra imágenes que riman con otras, paralelismos interesantes —como las goteras que aparecen al inicio y al final— y secuencias que se entrelazan formando nuevos significados. Kordofani consigue ser expresivo sin salirse del tono austero y minimalista de la propuesta.
La cinta, sin embargo, sufre de la falta de experiencia de su director. Falta limar y redondear las esquinas, hay lagunas en el guion y un gran descuido del apartado sonoro. El montaje y las interpretaciones son imprecisas y la sensación general es de una falta de nervio, tal vez debido a una modestia excesiva. Aun así, en su totalidad, la cinta disimula bien sus carencias, subyugadas a sus múltiples aciertos.







