Mami wata (C.J. ‘Fiery’ Obasi)

Mami wata nos traslada ya desde sus primeros pasajes a la imagen de lo quimérico. Una cualidad que el cineasta, guionista y productor nigeriano C.J. ‘Fiery’ Obasi no encuentra únicamente en sus escenarios y representaciones, como habría sido lo elemental. Es decir, aunque resulta obvio que el contexto en el que se sumerge su nuevo largometraje arroja ciertos indicadores en esa dirección, son sin embargo las pulidas ideas visuales que sustentan la obra aquello que aporta una naturaleza distintiva.

Desde la elección de un blanco y negro que le otorga un componente onírico muy particular, Mami wata llena y describe los espacios que transita meticulosamente. Su puesta en escena limpia, sencilla, por momentos casi teatral, entronca a la perfección con la presencia de esos paisajes que la definen a la par que le otorgan consonancia: el mar y la noche sobresalen como elementos que fomentan un contraste constante, confrontando espacios a la par que miradas.

Sus exteriores, con esa playa omnipresente que nos acerca de algún modo a lo insondable, forjan el carácter irreal de una obra que se devanea entre lo místico y lo tribal —destacando el uso de la percusión en su banda sonora—, y que lejos de sus connotaciones sociales y políticas sabe cómo implementar capas de un fantástico que no acompaña únicamente el relato: lo delinea, le otorga un sentido específico y, ante todo, configura estampas cargadas de valía en tanto en ellas pervive la esencia de un retrato profundamente autóctono.

El habitual choque entre tradición y modernidad, fijado desde la incomprensión, la descripción de una etapa de redefinición, casi abrazando el ‹coming of age›, y esa búsqueda emprendida por la protagonista, quedan en cierto modo desdibujados en ‹pos› de un cine que no limita sus pasos, y que propone una exploración libre, sin ataduras. Obasi parece comprender a la perfección el sino de una cinematografía, la de (casi) todo un continente, que se expande a través de sus raíces y las contempla como algo esencial, como un todo desde el que anhelar una imagen totémica.

Resulta esencial, pues, la comprensión del cineasta nigeriano en torno al modo en cómo crea cada estampa, apelando por momentos a un cine prácticamente primitivo, que relega sus diálogos a un segundo plano, potencia lo visual y comprende mucho mejor las aristas de un género cuya cualidad etérea Mami wata capta sin proponérselo; aludiendo un imaginario propio cuyo misticismo sirve como forja de una irrealidad que impregna el metraje, huyendo así de una faceta más mecánica y discursiva.

No es que por ello Obasi desprecie ni mucho menos las aristas de una disertación conocida, pero quizá menos sugerente de lo que sí proponen sus imágenes, su adentramiento tan sensorial como visual; de hecho, es quizá en la redundancia o el exceso explicativo donde Mami wata pierde parte de su influjo. Quizá, y consciente de ello, el cineasta opta por una conclusión que se desliza en torno al misterio y la fascinación de un film que sabe emplear sus elementos expresivos a la perfección, conjugando a través de estos una mixtura genérica que nunca se siente como tal: porque Obasi renuncia a resolver el relato incurriendo en tropos o engranajes comunes, huyendo en torno a lo simbólico, y dando forma así a uno de esos viajes que merecen la pena solo por la conjugación de aquellos elementos que nos devuelven a lo abstracto y dejan volar la imaginación en torno a un cine liberado y liberatorio, que se expande más allá de los confines de su propia representación.

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