Popel – Cenizas (Oier Plaza Gartzia)

El debut del documentalista vasco Oier Plaza Gartzia relata la investigación que logró localizar los restos de siete combatientes antifascistas españoles asesinados en el campo de concentración de Hradichko, en la actual República Checa, y cuyos restos pudieron ser conservados de manera clandestina por František Suchý y su hijo homónimo, dueños del crematorio civil de Strašnice al que los nazis llevaban los cadáveres para deshacerse de la evidencia de sus crímenes, clasificando las cenizas en urnas con los números de prisionero de los fallecidos y, de este modo, permitiendo que más de dos mil ejecutados pudieran tener sus restos localizables en décadas venideras.

Encabezada por Unai Eguia, un profesor de Plástica, y por Antón Gandarias, sobrino del miliciano español asesinado Angel Lekuona, la búsqueda va incorporando a lo largo del documental nuevas voces y aportes de distintos lugares, tanto de la geografía española como de diferentes puntos de Europa, y lo que es en principio una investigación sobre una sola persona termina incluyendo no solo a los siete españoles sino a todos los ejecutados en Hradichko, escalando de una manera sorprendente y construyendo una estructura narrativa fascinante que visita diversos países y se habla en hasta cinco idiomas. Durante el metraje, la película se mueve indistintamente en el terreno de los familiares y en el de historiadores e instituciones de memoria histórica, ofreciendo ambas perspectivas al tiempo que relata la odisea de Unai y de los descendientes por seguir la pista de sus antepasados fallecidos.

Popel, que significa «cenizas» en checo, es una historia fascinante en cuanto al ejercicio de memoria que supone, que ilustra con gran elocuencia el modus operandi en un campo de concentración y que reivindica la importancia de investigaciones como esta en la reparación de la memoria de las víctimas y de las vidas personales de sus familiares y descendientes, que en muchas ocasiones, como en el caso que se cuenta aquí, todavía no cuentan con el apoyo institucional adecuado; en un momento dado, un historiador checo se sorprende de la naturaleza privada de la iniciativa de Eguia y Gandarias, y, más allá del mérito enorme y del reconocimiento a sus esfuerzos, esto arroja una triste conclusión acerca del estado de la memoria democrática en España y de la falta de una verdadera colaboración institucional a nivel internacional para esclarecer casos como este en el que, llamativamente, restos de miles de personas asesinadas por los nazis se mantuvieron debidamente clasificados y conservados, pero estos permanecieron archivados y olvidados durante cerca de ochenta años, condenando a muchas familias a una búsqueda infructuosa por décadas.

En ese sentido, las implicaciones del documental indignan y obligan a cuestionarse muchas cosas; pero ello no es obstáculo para la épica y, finalmente, cuando se logran localizar los restos, la emotividad de la reparación. Sin olvidar el espíritu crítico necesario, Plaza convierte su cinta en un sentido homenaje, tanto a las víctimas y a sus familiares como a la memoria heroica de los Suchý, por haber arriesgado sus vidas para que hoy se puedan localizar las cenizas de miles de ejecutados por el nazismo. La historia que cuenta es, en definitiva, muy hermosa y edificante, y la implicación emocional que demuestra queda fuera de toda duda. Sin embargo, hay elementos de este documental y de su estructura que me hacen fruncir el ceño, en particular en lo que se refiere a ese sentido de la épica que trata de evocar. Por muy bonita que sea esta historia, no deja de ser una transcripción dramatizada para la pantalla de un proceso arduo de investigación, y en ese sentido, como sucede muy a menudo en documentales del estilo, la incidencia de recursos de ‹cliffhanger› resulta molesta y me recuerda demasiado a la estructura de un típico ‹true crime› sensacionalista; lamentablemente, a nivel de puesta en escena, Popel tampoco está muy lejos de ese estándar, pese a los insertos creativos de animaciones para representar escenas de las víctimas en el pasado.

La necesidad de que historias como esta se conozcan y divulguen, y del reconocimiento de estas iniciativas, otorga una gran importancia informativa y representativa a este documental de Plaza, y, por ello, su visionado resulta enormemente satisfactorio. Durante muchas ocasiones la experiencia narrativa me lleva donde quiere, ya que lo que cuenta es por sí mismo tan intenso y edificante que no es difícil emocionarse; pero esto no significa que las herramientas de representación no sean, en ocasiones, muy burdas y reflejo de algunas de las tendencias más comunes y discutibles en las recreaciones documentales de la actualidad.

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