Sesión doble : Las colinas tienen ojos 2 (1984) / Pesadilla en Elm Street 4: El amo del sueño (1988)

Las secuelas siempre han sido uno de esos terrenos a los que mirar con suspicacia y de reojo, y no son pocas las veces que se ha vilipendiado injustamente una secuela. De ello va nuestra sesión doble, donde rescatamos Las colinas tienen ojos 2 de Wes Craven; y la Pesadilla en Elm Street 4: El amo del sueño dirigida por Renny Harlin sólo 3 años más tarde.

 

Las colinas tienen ojos 2 (Wes Craven)

Siempre que veo Las colinas tienen ojos 2 (The Hills Have Eyes Part II, 1985) me hago la misma pregunta: ¿qué cojones estaba pensando o qué deuda pendiente tenía Wes Craven para aceptar rodar semejante mandanga? Porque el maestro acababa de romperla con Pesadilla en Elm Street. Sí, este fue su siguiente largometraje tras el exitazo de crítica y público que fue el origen de la saga de Freddy Krueger, por tanto, estaría en disposición seguramente de elegir sin problema cual iba a ser su siguiente proyecto.

No puede ser que un tipo inteligente decidiera acometer una secuela de uno de sus primeros éxitos, en los años setenta, de la forma como lo hizo. Sin un argumento sensato. Con una puesta en escena de auténtica serie Z, ‹trash› total. Con un elenco que da vergüenza ajena, dejando al bueno de Michael Berryman como único componente destacable, pero ridiculizándolo con un atuendo grotesco y estrafalario, de bazar de todo a cien pesetas de los años 80, si es que existían en esa época.

Porque Las colinas tienen ojos 2 es sin duda una de las 100 peores secuelas de la historia del cine. Y por ello, una película interesante y que hay que ver. Todo es un auténtico esperpento. Un desastre. Un delirio que no hay por donde cogerlo. Pese a ser una peli de terror, el terror no existe. No hay apenas sangre ni asesinatos. Todo se basa en un estúpido viaje hacia un campeonato de motocross, que casualmente involucra a dos personajes de la primera entrega. Uno de ellos desaparecerá pasados cinco minutos; el otro, torpemente presentado, desaparecerá también hacia el final de la peli. Parece que puede que la actriz se cansara y decidiera pirarse antes del final de rodaje.

En medio, lo de siempre. Una camioneta que se estropea en la mitad del desierto y sin gasolina suficiente para avanzar a la ciudad. Dos personajes que en la primera entrega daban miedo, que volverán a aparecer por arte de magia, sin explicaciones prudentes, pero además de forma patética, dando risa más que miedo, moviéndose a tropezones por las rocas de las colinas, dando la sensación de que nada es serio en sus intentos de asaltar o asesinar al grupo de adolescentes alocados protagonistas.

Unos ‹flashback› desatinados que enredan más que aclaran. Unas tomas que deberían acabar con un ingenioso asesinato, que finalmente se resuelven de la forma más incompetente posible, insuflando unas gotas de aparente humor que no tiene ni pizca de gracia. Y así, el espectador se impacienta. Quiere ver una carnaza que la peli no ofrece, y cuando la ofrece es tarde y mal.

Igualmente, los efectos especiales son lamentables, por no decir engañosos. La acción igualmente no hace acto de presencia hasta los últimos quince minutos del film. Hay personajes que parece que se los han cargado y que mágicamente resucitan apareciendo cuando ya les dábamos por muertos por el accidente que habían sufrido. La fotografía parece ‹amateur›, dejando muestras de la poca profesionalidad que tenía en ese momento el equipo técnico encargado de sacar adelante este producto.

Es por ello que creo que Wes Craven se borró de los créditos finales, ya que en lugar de aparecer en letras grandes ese «Directed & Written by Wes Craven», aparecerán, parece que en un intento de escurrir el bulto, los nombres de su primer y segundo asistente de dirección. Aquí si que demostró que es un tipo listo. Viendo el resultado en la sala de montaje debió salir por patas y querer evitar cualquier responsabilidad que se le pudiera achacar.

No hay sangre, no hay asesinatos vistosos, no hay innovación, no hay sexo, no hay trama juiciosa, no hay carisma, a pesar de que Berryman le pone ganas y parece poseído por algún espíritu zulú. Entonces… ¿qué es lo que hay? Pues un subproducto que pone de manifiesto que hasta los grandes maestros pueden resbalar y, por tanto, una obra muy interesante que merece la pena ser vista, al menos para ser analizada y disfrutada desde una vertiente ajena de prejuicios y sí plena de desvergüenza.

Escrito por Rubén Redondo

 

Pesadilla en Elm Street 4: El amo del sueño (Renny Harlin)

Más allá del prestigio canónico de su primera parte, su revitalización en la tercera entrega como secuela directa y la revalorización de la segunda como película incomprendida elevada a secuela de culto, no cabe duda de que la saga Pesadilla en Elm Street tiene el sambenito de arrastrar una dudosa calidad, viviendo más de las rentas de Freddy como icono que del análisis de las películas ‹per se›. Hasta el punto de que incluso, una propuesta arriesga como La nueva pesadilla de Wes Craven fue vilipendiada en su día por demasiado “seria”, demasiado “experimental”.

Este es el típico caso de no estar nunca contento y no saber que hacer exactamente con la saga. Si hay diversión se está humillando la figura de Freddy como figura clave del horror contemporáneo, si se opta por un foque más terrorífico se está alejando al fan de la saga y de ahí los fracasos comerciales. En este sentido, el punto de inflexión lo podríamos situar en Pesadilla en Elm Street 4: El amo del sueño, secuela directa de la tercera entrega y por tanto canónica en sentido estricto.

La idea estaba clara, continuar con lo que había funcionado tan bien en la tercera, coger a un grupo de adolescentes para ser masacrados por Freddy pero incidiendo no tanto en el terror desvalido que sufren sino en su capacidad para hacerle frente mediante la obtención de poderes en los sueños. La vuelta de tuerca aquí estaba, por poner una diferencia, en que una de las protagonistas obtuviera, a medida que fallecían los otros, los poderes en conjunto para acabar resultando no solo una ‹final girl› al uso, sino una especie de heroína sobrenatural al nivel o superior a Freddy.

Los problemas, sin embargo, se notan en seguida. Para empezar está el ‹casting›. De los supervivientes de la tercera solo repiten 2, mientras que las nuevas adquisiciones parecen opciones más interesadas en “parecerse a” que a buscar gente con capacidades interpretativas. Así encontramos a un pseudo-Christian Slater, a una pseudo-Patricia Arquette, y los demás responden a arquetipos para rellenar cuota pero totalmente prescindibles. A saber, la empollona debilucha, la chica ‹fit› intelectualmente limitada, el novio de, el guaperas sosainas… en fin un cuadro presto y dispuesto a ser masacrado sin más interés. ¿Los originales? Pues son despachados rápidamente, como si se notara que no tenían ninguna gana de seguir participando en la saga.

Pero mas allá de eso está el problema fundamental: el tono. Estamos ante una saga que se distinguía por su terror casi en estado puro, que rebuscaba en los subconscientes para crear atmósferas opresivas y ponerlas al servicio de un asesino sobrenatural vicioso y absolutamente despiadado en su sadismo. Aquí, sin embargo, Renny Harlin (o la imposición del estudio, vaya usted a saber) opta por la autoconsciencia comercial. Hay un filón con cierto público joven que hay que explotar. Por tanto, el miedo debe dejar paso al sentido de la parodia circense, al espectáculo puro: Freddy debe matar, ser malvado… pero también divertido, hasta el punto de dejar de ser símbolo de género de una época para pasar a ser casi una estrella pop. ¿El resultado? El esperado, decepcionante si quieres pasar miedo, efectivo si te quiere divertir con los chistes mas o menos graciosos del Sr. Krueger.

Con todo ello se podría pensar que estamos ante una película fallida, indigna de lo que representa, y en cierto sentido así es. Pero de alguna manera es reivindicable por ser símbolo de nuevos tiempos, de querer girar la saga hacia nuevos lugares (no necesariamente buenos) partiendo del legado original. Y, sobre todo, es innegable que sus piruetas formales, sus efectos prácticos y un cierto despiporre irónico la hacen terriblemente divertida. Quizás la mejor de las peores secuelas, o quizás ni eso, pero lo importante es que se puede volver a ella una y otra vez y nunca deja de ser disfrutable. Y honesta, que no es poco.

Escrito por Àlex P. Lascort

 

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *