Kelly Reichardt… a examen

El cine de Kelly Reichardt se convierte vez tras otra en un espacio vital donde quedarse a vivir. Es una sensación dulce, disfrutable y pasajera que te permite mirar atrás y saber que siempre existe la posibilidad de volver a ese no lugar, sin importar lo complejo que sea el universo que habitan sus verdaderos protagonistas. Reichardt sabe construir un cine relajado, donde cualquiera está invitado a perderse en él. Sabe contar historias sin un orden concreto, con un carácter taimado, donde la normalidad siempre deriva en sorpresa, donde sus colores, espacios y personajes te abrazan sin necesidad de llegar a conocerlos, solo por el impulso de esa cercanía inventada.

La palabra podría ser acogedora, y es perfecta para conectar con Kelly Reichardt desde su primera película, una River of Grass que refiere su nombre precisamente a un lugar y cuya protagonista es precisamente Cozy —chiste que no se desaprovecha en el film, pues significa “acogedora, adorable” aunque ella misma nos diga que esa elección es un homenaje al batería Cozy Powell—. ¿Es realmente Cozy tan encantadora? ¿Son los humedales del sur de Florida encantadores? Debemos perdernos en el film para sentir ese impacto leve pero impasible, marca de la casa.

Como espacio, esa ciudad inexacta se presenta prácticamente desnuda. Barrios aburridos, bares vacíos, tiendas de discos coloridas y autopistas hacia ninguna parte dibujan una Florida algo menos glamurosa y festiva de lo habitual donde estancar una aparente ‹road movie› que no consigue salirse de los márgenes. Es la voz de Cozy, una un tanto infantil, serena y clara la que nos invita a conocer un lugar, unas impresiones, un grito sordo hacia la aventura que nunca llega. También tenemos a Lee Ray, el queridísimo extraño que no conoce aún la necesidad de aventurarse a la vida adulta. El pegamento llega en forma de pistola extraviada, la excusa para poner en marcha un cómico y desincronizado viaje a ninguna parte, como si de una de esas improvisaciones jazzísticas que visten sonoramente el film se tratara. Ese ritmo se convierte en un himno cuando la historia que cuenta no tiene un orden ni una finalidad, cuando la errática forma de moverse por los peligros del mundo de sus personajes no adquiere nunca el camino definitivo. Todo sucede por algo, y ese algo no es necesario nunca para entender a Kelly Reichardt.

River of Grass conecta con muchos jóvenes autores de los noventa. Los extraños que se mezclan en el cine de Jim Jarmusch, los bailes narrativos de Hal Hartley… pequeños ejemplos de una explosión de grandes ideas que puso el cine indie estadounidense en órbita con gente errática y voluble exprimiendo aventuras surgidas de la nada. Un placer, la nada absoluta, que domina la historia de Cozy y Lee Ray, quienes nos inspiran para pensar en Bonnie y Clyde con su coche, su huida y su pistola, cuando ambos realmente necesitan salir de su monotonía sin darse cuenta de lo estancado que se muestra su futuro como criminales peligrosos o como posibles amantes fogosos. Es ese toque encantador que la directora sabe ofrecer a sus protagonistas siempre, haciendo que los perdedores tengan una sintonía que les una a la luminosidad y al fracaso por igual.

Son apenas unos primeros pasos en lo que se convertirá la filmografía de Kelly Reichardt, pero su indómita inspiración está presente en la cuidada representación de la arquitectura y sus habitantes, capaz de ofrecernos una propuesta feroz en apariencia que poco tiene que ver con su resultado, una aventura sin peligros que sustrae un primer personaje femenino despistado pero impactante, una mujer cansada, imprevisible y sí, acogedora; solo un atisbo de su Wendy en Wendy y Lucy o su Lizzy en Showing Up, inspiradoras protagonistas hechas a la medida de uno de esos espacios pequeños, caóticos y amargamente amables creado por una directora que hace de la nada una narración espectacular.

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