En una época de sobre-estimulación asfixiante, siempre me parecen bienvenidas aquellas películas que, sin renunciar al cine de género, normalmente más susceptible a esta tendencia, configuran un relato modesto y dosificado en su justa medida. En el cine de misterio a veces se comete el error de confundir densidad narrativa con complejidad. Frecuentemente esos rompecabezas nos alejan de los personajes y su humanidad, siendo su capacidad de auto-descifrarse, su última y única finalidad. Los cineastas que no son esclavos de estos mecanismos, suelen conseguir resultados más honestos y cercanos. En Un cabo suelto, del cineasta y actor uruguayo Daniel Hendler, los elementos de thriller, que en sí mismos son efectivos, están supeditados a cuestiones que pueden parecer más banales y que a la vez son lo más atractivo de la propuesta.
Santiago, interpretado por Sergio Prina, es un agente de policía argentino que cruza la frontera con Uruguay para huir de sus antiguos compañeros en el cuerpo, que intentan seguirle la pista. Todavía vestido con su atuendo de agente de la ley, utiliza cualquier tipo de artimaña para conseguir alimento y techo durante su periplo. Este elemento de persecución resulta ser una simple excusa para generar momentos humorísticos entre el protagonista y los personajes que se va cruzando, con los que mantiene conversaciones sobre la acidez del queso, la forma de preparar un mate o juegos de palabras diversos. El cineasta lo pone todo al mismo nivel, sin ningún tipo de condescendencia. De la misma forma que un espacio de la película está ocupado por la trama policial, supuestamente más seria, otro, igual de importante, se concentra simplemente en las divagaciones del protagonista relacionadas con sus conocimientos sobre la fermentación del queso. Por supuesto este equilibro solo se sostiene gracias a la facilidad con la que la cinta es capaz de gestar situaciones realmente cómicas. Un humor seco y ligero, para nada estridente, que no busca la carcajada, más bien te mantiene en un estado muy concreto, sin el cual es imposible asimilar lo que la película formula.
Los encuentros con estos personajes aparecen como una consecución de largos “gags”, que a veces se extienden demasiado. Por suerte, cuando empieza a peligrar su efectividad, se vuelve a introducir el elemento disruptivo de la persecución, que nos lleva a otro episodio. Y aún con tanta conversación, la película mantiene un aire de misterio. El porqué de la huida de Santiago es una incógnita, al igual que la destinación final de su travesía. La narración es circular, ningún personaje y elemento se deja abandonado y se nota una fascinación por contar una historia, propia de realizadores argentinos como Mariano Llinás y el colectivo El Pampero Cine.
Sergio Prina hace un papel muy acertado como Santiago, y dicta tanto el ritmo como el tono de la cinta, con su interpretación incómoda y torpe. En su travesía se forman relaciones atípicas pero carismáticas entre unos personajes nada enjuiciados y llenos de honradez. Rozando el terreno de lo naif, Hendler presenta un panorama esperanzador y con muchos momentos de ternura.
Pese a todos estos aciertos, la sensación al salir del cine es de que se queda corta. Su simplicidad, de forma contradictoria, es a la vez una gran virtud y su principal defecto. Admiro que no tenga pretensiones de ser lo que no es, pero se echa en falta ambición y ofrece poco sobre lo que reflexionar. No presenta ideas visuales y sonoras cautivadoras y la dinámica de cámara cumple la única función de no entorpecer el dialogo, sin aportar nada más. Entretenida y liviana, sin duda, pero difícilmente va a saciar el hambre de los espectadores con un mínimo de exigencia.
