¿Cómo podríamos hablar de esta adaptación de Drácula de Luc Besson sin ser especialmente ofensivo? Este es el reto que uno se plantea después de asistir al visionado de tamaño esperpento. Y no, no se trata de que se pongan límites a la opinión, no. Se trata de intentar responder a nivel escrito de forma más o menos respetuosa a lo que sí es una ofensa visual perpetrada por el ínclito director francés. O dicho de otro modo que no queramos echar flores a los cerdos no es óbice para poner los puntos sobre las íes en forma de crítica acerada.
No sabemos a ciencia cierta si se trata de un tema de edad, de desvergüenza o de desgana pero sea como fuere Besson no se toma la más mínima molestia en tratar con un mínimo decoro o mimo a su obra. Estamos ante una película que a pesar de su amplio presupuesto parece optar por todas las decisiones más perezosas y pobres a nivel de puesta en escena y estética. Desde la armadura de hacendado del propio Drácula, hasta los decorados de cartón-piedra pasando por el vestuario de tienda disfraces o el CGI más barato posible, se acaba creando un conjunto tan circense como patético. Más que una superproducción parece que estemos ante un ‹rip-off› de The Asylum con algo mas de dinero del habitual.
Y esto es solo a nivel de envoltorio, por así decirlo. A nivel argumental estamos ante una copia descarada del Drácula de Coppola pero tomando todas las decisiones incorrectas, desdeñando el romanticismo kitsch en pos de algo que quiere ser nihilismo existencial trufado de crueldad y que acaba siendo desidia nobiliaria casi burocrática. Aunque eso sí, siempre hay momento para lanzarse a la comedia involuntaria como el bucle de suicidios fallidos del conde o la compañía de unas simpáticas gárgolas importadas de Disney que acaban siendo el alivio cómico del film. Esto por no mentar que no contento con ello, y como si el material de la novela de Stoker no fuera suficiente, Besson decide introducir una subtrama plagiada sin vergüenza alguna de El perfume. En fin que solo nos faltaba un Van Helsing haciendo ‹bullet-time› para que todo tuviera ya más aire de circo de tres pistas.
En cuanto al desarrollo hay que aplaudir la capacidad de no explicar absolutamente nada en más de la mitad del metraje para luego acelerarlo todo de la forma más rupestre posible. En eso hay que agradecer la autoconsciencia y la generosidad de la película al entender que estaba siendo una máquina de generar bostezos y por tanto, que menos, que al menos convertirse en un generador de risas. Buen sabor de boca no deja, pero evita siestas indeseadas.
Y así, entre personajes caricaturescos, decisiones argumentales imposibles, batallas medievales rodadas en un descampado cualquiera y un nulo atisbo de lo que significa Drácula, sea en vertiente romántica o como mito fundacional del vampirismo, el film se va descomponiendo al mismo ritmo que la paciencia del espectador. Un espectáculo tan bochornoso que casi merece la pena recomendarla. Al fin y al cabo será difícil asistir a un despropósito tan constante en tiempo y espacio como este.









