Ruptura de la cuarta pared, voz en ‹off› engarzada en su dispositivo narrativo, digresiones espacio-temporales que se configuran como forma de despojarse de la realidad, desviaciones genéricas que se expanden a través de su propia mixtura y una faceta visual capaz de complementar el universo fomentado por Florian Pochlatko. Recursos todos ellos que conforman el singular revestimiento de un film que huye de la impostura con que se afrontan en ocasiones procesos como el que vive Pia, una adolescente que lidia con la depresión mientras ve cómo a su alrededor el mundo huye en distintas direcciones evitando afrontar la problemática de su afección. Desde un padre que inventa historias con tal de camuflar su ingreso en una institución psiquiátrica a una ex-pareja que rehúye cualquier atisbo de contacto ante un pasado no revelado pero a buen seguro peliagudo.
Porque quizá la joven Pia, que bromea acerca de su condición como si nada pasara frente a una amiga, rodeada de pastillas, reflexiones (en ‹off›) que la desbordan y de un entorno familiar en cierto modo distante, es en apariencia como cualquier otra chica de su edad. Pero, claro está, la realidad poco tiene que ver con las apariencias, y el cineasta debutante construye dicha “realidad” a través de una maraña de recursos que confieren entidad a ese particular microcosmos. Lejos de lo que pudiera parecer, el cineasta austriaco no busca construir un artefacto meta epatante, de esos donde el grado de “molonidad” es inversamente proporcional a aquello que piensan, sienten y, por qué no, padecen también sus personajes. A veces funciona, pero ese no es el quid de la cuestión, ni mucho menos la intención del debutante. Porque Pia piensa, siente y padece como la que más. No hay necesidad, pues, de exacerbar el drama, pero tampoco de ocultarlo bajo capas de autocomplacencia. Entre rupturas y fugas a un universo paralelo, hay también reproches, (a veces) comprensión y la inevitable frustración de estar ante una situación que uno no puede manejar (lógicamente) como querría.
Todo ello hace de How to Be Normal and the Oddness of the Other World un film tan sugestivo, capaz de huir en torno a esos caramelos visuales y, de repente, encontrar la mirada quebrada de Pia, como refrescante: porque no se exhibe (en un uso tradicional del término; es obvio que algo de ello hay en sus piruetas meta), pero tampoco se esconde. A fin de cuentas, y es algo que el cineasta austriaco dibuja a la perfección en su film, de poco sirve ocultarse, contraerse y dejar que todo vaya en otra dirección. Lo ideal es intentar afrontar esos procesos cercanos al trauma con decisión y si, entre tanto, hay algo de color y autoconsciencia, mejor que mejor. Es eso lo que parece intentar transmitir con su deriva constante entre mundos, a través del carácter de un personaje que se siente atrapado, pero quiere evitar a toda costa que esa sensación se exteriorice y colonice un universo en permanente progreso, ya sea en un sentido u otro. No olvidemos que Pia es, a fin de cuentas, una adolescente que, además de lidiar con su propia condición, lo hace también con los cambios propios de la edad.
Florian Pochlatko logra eludir con convicción y atrevimiento tanto esa superficialidad que deriva en ocasiones de propuestas dispuestas a sorprender desde lo visual y formal, pero al mismo tiempo hace lo propio escapando del pesar que puede rodear una afección de este tipo. Luisa-Céline Gaffron, encarnando a Pia, se antoja para ello el motor de una propuesta que halla en el rostro de la joven actriz toda clase de emociones, y que al mismo tiempo ve tanto irradiar una vitalidad transparente como chocar con un muro como si eso fuese lo último que pudiera suceder en su vida. How to Be Normal… encierra en su metraje esas contradicciones con una naturalidad tan extraordinaria, que en ocasiones incluso se asemeja a algo mucho más maduro que un debut. Es obvio, la obra de Pochlatko corre el riesgo de perderse en ese vaivén, de agotarse y hacer que más de uno caiga derrotado antes de tiempo, porque su apuesta no es conformista y decide dar el todo por el todo: ello conlleva riesgos, pero igualmente nos hace toparnos con una perspectiva tan pertinente como lúcida, donde puede que haya tiempo y lugar para lamentarse, pero asimismo lo hay para asomar, de nuevo, la cabeza, desde un abismo llamado vida, y disfrutar de la misma, ya sea en este mundo o en uno ajeno.

Larga vida a la nueva carne.