
La quema de un Corán durante la recreación en un rodaje de un atentado racista en forma de incendio ocurrido en la ciudad de Solingen a inicios de los 90 sirve como detonador de una serie de acontecimientos que ponen sobre la mesa temas de lo más interesantes. El aspecto socio-cultural se postula así como uno de sus mayores atributos, aunque Hysteria también profundiza en torno a asuntos como la expropiación de lo ajeno a través del arte, o una idea tan sugestiva como hasta dónde debe llegar este como búsqueda y respuesta al mismo tiempo.
Mehmet Akif Büyükatalay dispone todas estas cuestiones cuando, en busca de una mayor autenticidad, Yiğit, el director del film, adentre a sus extras en un escenario calcinado donde se encuentra una copia del Corán. Una serie de casuales coincidencias —la desaparición de unas llaves, la denuncia interpuesta contra la película por el uso de la escritura sagrada, el presunto hurto de unas grabaciones…— otorgarán relieve a un contexto que, sin embargo, se siente desaprovechado en tanto el realizador parece querer privilegiar una trama que la dirige a un terreno más genérico y que nunca termina de alzar el vuelo como se podría esperar.

Hysteria huye parcialmente del debate, y aunque siempre otorgue determinadas pinceladas y una cohesión interna al relato que hace que no todo se diluya, engarzando una suerte de thriller potenciado desde la atmósfera —en ese aspecto cabe destacar el trabajo de sonido del film, así como unas composiciones bien engarzadas que realzan la turbiedad de una situación extraña—. En él, encontramos motivos e incluso estampas que elevan la forma de modelar su tono, pero todo flanqueado por una estructura cuyo desarrollo se decanta por la acumulación, incapaz de profundizar en aquello que ofrece y otorgar un sentido específico a su avance.
Aquello que sí funciona, advertido en una evolución que no teme confrontar las distintas temáticas expuestas, cuestionando incluso con constancia mediante sus personajes el fondo de un asunto ciertamente complejo, no encuentra réplica en una construcción que, por otro lado, se siente superflua, y parece querer buscar más epatar que llegar a un punto concreto que pueda dotar de sentido y direccionalidad a todo lo planteado hasta el momento.
Resulta, de hecho, tan estridente el modo en cómo Büyükatalay busca cimentar una tensión, aportando elementos de suspense que no sólo no se resuelven, sino incluso se antojan irrelevantes para el tratamiento de la trama, que su acto final, lejos de amplificar esa intriga, termina por devenir un frustrante batiburrillo donde cada nuevo paso resulta más estrafalario que el anterior. Bordea así Hysteria la convulsión a la que parece aludir su título, pero lejos de arrojar conclusiones, lo único que consigue es acumular méritos para que el espectador termine desconectando antes del (casi) poético final: porque ni en esas el alemán de origen turco se atreve a tomar una decisión que resultaría tan radical como certera.

No es que con ello estemos ante un mal film, ni siquiera fallido —porque consigue realizar lecturas suficientemente interesantes en cuanto se aleja de su condición genérica—: hay en ella, antes de acometer un simulacro tan desafortunado como infructuoso, indicios de un cine poderoso que reluce desde algunos hallazgos de su puesta en escena, pero principalmente en la configuración de atmósferas que, si bien no se llegan a desarrollar en su totalidad, impregnan el tejido de este film desigual y extraño de una fuerza que, de trasladarse a su imprudente final, a buen seguro atesoraría una cualidad que su tesis e imágenes parecen estar pidiendo a gritos, pero Büyükatalay coarta haciendo de esa acumulación una falta de rumbo alarmante.

Larga vida a la nueva carne.





