Klaus Härö… a examen (II)

En la década de 1950, Elina, una niña de 9 años que vive con sus hermanos y su madre en un valle de Suecia cercano a la frontera con Finlandia, regresa a la escuela tras superar una tuberculosis. Al verse obligada a repetir curso, conoce a la estricta profesora Tora Holm, interpretada por la mítica Bibi Andersson, actriz cuya carrera casi siempre estuvo ligada a la de Ingmar Bergman y de cuya asociación nace en esto que escribo otra: el finlandés Klaus Härö se llevó en 2003 el Ingmar Bergman Award del Instituto de cine sueco con esta película, su primer largometraje.

Y la coincidencia de nombrar a actriz y director suecos en una película finlandesa, más allá de lo circunstancial de la actuación y del premio, resultan casi esenciales como parte introductoria de lo que es el visionado de Elina, la historia de una niña que se enfrenta a una adulta con la única razón de lo que cada una de las dos considera qué es justo, ecuánime y respetable. La profesora, porque cree que solo quienes hablan sueco —y no son zurdos, cosas de la época— a la perfección tienen posibilidades de tener una vida feliz y alejada de la pobreza, y Elina que, más allá de pertenecer a una minoría finlandesa que la profesora desaprueba por ser pobre, es cabezota y vive con el hecho de haber perdido a su padre recientemente.

Entre el consuelo que encuentra en las conversaciones imaginarias con su difunto padre y los pulsos que mantiene con su profesora, Elina a menudo recuerda a Fanny y Alexander, la película con la que Ingmar Bergman se medio despidió del cine en los 80 (y en la que Andersson no estuvo). En este caso con menos épica y pompa, y sustituyendo la ética de la religión por la de la educación (aunque siempre con la sensación de estar asistiendo a la misericordia de quienes dan limosna a la espera de agradecimiento constante y eterno a cambio), pero ahí está. Y, en este sentido, resulta más que interesante, a pesar de ser también menos compleja, al mostrar la actitud de ambas protagonistas, la de su entorno y hasta la propia concepción de la lucha entre ambas, incluyendo en todo el metraje una sensación de peligro asociada a una ciénaga cercana a la escuela y la casa de Elina. Una ciénaga que absorbe y traga a quienes no encajan en su superficie, aunque solo sea porque su idioma o su manera de agarrar un lápiz no sea la correcta.

Natalie Minnevik, la actriz que interpreta a Elina, mantiene el nivel frente al saber hacer habitual de Andersson, lo que refuerza todavía más la sensación de encontrar algunos elementos de Fanny y Alexander en la corta duración de esta. En cualquier caso, todos estos elementos quedan muy lejanos al mismo tiempo a la película del famoso director sueco: porque, aunque pensó en Fanny y Alexander poco después de que su amigo Kjell Grede (casado por aquel entonces con Bibi Andersson) le preguntase por qué siempre hacía películas tan sombrías cuando, de hecho, él mismo era un amante de la vida, lo cierto es que cuando Bergman por fin se decidió a mostrar su lado más alegre, en realidad le resultaba bastante difícil soportar la vida.

Total, que Elina es la película que Bergman habría hecho si hubiese sido un tipo feliz, pero entonces pensaríamos que solo nos persiguen los fantasmas sanos, y eso tampoco es bueno, si no que se lo digan a la profesora malvada y al mismo tiempo bondadosa, capaz de enseñar a conjugar verbos y a temerla con idéntica precisión.

Y ya que estoy le pido perdón a Härö porque, siendo él el director de la semana, casi no le he hecho ni caso.

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