Mi postre favorito (Maryam Moghadam, Behtash Sanaeeha)

En la nueva película de los directores iraníes Maryam Moghadam y Behtash Sanaeeha, Mahin, una mujer anciana que perdió a su marido treinta años antes, tiene una rutina solitaria y repetitiva, consistente en levantarse a mediodía, realizar sus quehaceres y, de vez en cuando, quedar con sus viejas amigas. La necesidad de buscar cambios en su vida y de volver a vivir el amor le hace buscar a un hombre para entablar una relación romántica, con lo que invita a Faramarz, un taxista de su misma edad, solitario como ella, a pasar la tarde en su casa.

Ganadora del Oso de Oro en el Festival de Berlín, Mi postre favorito desarrolla con una sensibilidad muy notable las necesidades emocionales de Mahin y Faramarz, dos ancianos acostumbrados a la vida en soledad pero que quieren ilusionarse de nuevo con otra persona, y que se entienden al instante, viviendo un idilio de unas horas en las que todo fluye y se dan cuenta de que se complementan a la perfección. No hay nada en su historia que pueda llevar al conflicto a estos dos personajes, y el desarrollo de su atracción en ese espacio de tiempo reducido es tan hermoso como placentero. Sin embargo, de puertas para afuera, Mahin y Faramarz arriesgan que alguien les delate y la policía de la moral les arreste por contravenir los códigos de conducta islámicos, y los pequeños e inocentes gestos afectivos que comparten en la intimidad de la casa de Mahin se convierten en una posición de rebeldía frente al estricto orden religioso que les rodea.

Mahin y Faramarz comparten emociones, pero también recuerdos; hablan de cómo eran las cosas antes, de sus antiguas relaciones, sus trabajos y de las pillerías que hacían, muchas veces al margen de la ley. Los dos personajes encuentran el uno en el otro un refugio para expresarse con libertad, con una energía renovada por todas las experiencias vividas y la edad avanzada. El espacio seguro que se crea dentro de esa casa logra por momentos hacer olvidar los episodios represivos de los que Mahin es testigo fuera de ella, y el contraste que se genera es particularmente eficaz. La radicalidad de dicho contraste no se encuentra de hecho en la ficción, sino en la realidad: Moghadam y Sanaeeha fueron arrestados y condenados por delitos de vulgaridad, libertinaje y perturbación de la opinión pública, sumándose a una lista de cineastas reprimidos por el régimen iraní en la que también se encuentran Jafar Panahi y Mohammad Rasoulof.

Mi postre favorito alimenta la burbuja de impunidad de sus personajes y les permite bailar, beber, tocarse y sentir que nadie les puede torcer el brazo mientras se encuentren en la seguridad de esa casa, pero lo hace sin dejar de mirar por el rabillo del ojo la represión sofocante frente a su diversión en apariencia inofensiva. Los directores reflejan la naturalidad de esas emociones e interacciones entre dos personas que simplemente quieren vivir una historia de amor como cuando eran jóvenes, pero lo que hay de fondo y que amenaza su tranquilidad genera una sensación de incertidumbre inevitable incluso si no se llega a explicitar. El resultado es una celebración y reivindicación de la humanidad detrás de esos actos que la ley prohíbe estrictamente, y el tono confortable y seguro que transmite esconde la naturaleza sumamente arriesgada de hacer algo así en su contexto.

La importancia y urgencia que adquiere Mi postre favorito por la represión judicial que le acompaña, por el mensaje que da y por las terribles consecuencias de atreverse a enunciarlo, ocupa de manera inevitable gran parte de la conversación al respecto. Sin embargo, al margen de estas graves consideraciones, no sería justo dejar de destacar los méritos en la realización de la cinta, rodada con una composición de planos muy notable, y, sobre todo, apoyada en dos interpretaciones principales que transmiten en todo momento naturalidad y cercanía. Desde el momento en el que ambos interactúan por primera vez, todo en ella funciona a la perfección, transmitiendo de maravilla la química entre ambos. Antes de ello, y en el giro argumental final, hay ideas muy elocuentes y una realización siempre eficaz, pero también más dudas acerca de su flujo narrativo o de la conveniencia de algunas de sus decisiones, configurando una experiencia algo más irregular, pero en ningún momento carente de méritos ni de sensibilidad hacia lo que expone.

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