Si hubiese que describir Pavement con palabras, para quien esto suscribe resultaría prácticamente imposible. Bueno, en realidad hay una: imprescindibles. Algo muy parecido se podría decir del documental donde Alex Ross Perry rinde tributo a esta gran banda de rock alternativo de los 90: es difícil cogerle el pulso, pero en cuanto te das cuenta has caído rendido a sus atributos. Y sí, es probable que con Pavements estemos ante una pieza escurridiza, inconstante, que nunca sabes qué camino va a tomar, e incluso (auto)indulgente: porque no nos engañemos, esto no es un documental, ni una ficción, es una carta de amor con todas las letras y sin ningún tipo de paliativo; pero, como decía, puede que todo ello nos lleve a una obra imperfecta que, sin embargo y paradójicamente, capta a la perfección el espíritu y esa extraña autenticidad que destilaba un grupo como lo fue Pavement en su día.
Alex Ross Perry repasa el periplo de los de Stockton del modo más peculiar posible: uniendo en un maremágnum creativo imágenes de archivo, entrevistas a distintos fans de la banda, apariciones de Stephen Malkmus y los suyos, una suerte de ficción (y su construcción previa) acerca del grupo, un musical y una exposición dedicados a esta, dando pie a un film que no tiene parangón. Con una narrativa que se descompone ante todos esos estímulos, dirigiendo las veces sus miras al proceso de formación de Pavement y a su evolución, como tan pronto recoge un sentimiento que no parecía precisamente fácil de exteriorizar, pero el cineasta recoge, más que con pericia y talento, con absoluta devoción.
Pavements se constituye así como la película más importante de Alex Ross Perry. Porque podríamos hablar sobre cómo hace suyo el lenguaje (documental) y lo lleva a parajes inhóspitos siendo capaz de armar una obra que es difícil concebir en cualquier sentido —pero ante la que, en especial, habría que dar un gran y fuerte abrazo a su montador—, pero lo cierto es que esto va más allá de cualquier reconfiguración o tecnicismo. La verdadera valía del primer (no lo olvidemos) trabajo del responsable de cintas como Queen of Earth o Golden Exits lejos de la ficción se aleja de cualquier cuestión puramente analítica: no admite pretextos, ni modelos, ni absolutamente ningún patrón imaginable.
Si de lo que se trataba era de realizar un retrato sin filtros ni ataduras sobre Pavement, el acierto es mayúsculo. No puede haber representación más libre, esquiva e inimaginable para relatar aquello que fueron y grabaron a fuego en el imaginario colectivo uno de esos grupos que, por más que lo intentes, continuará siendo inclasificable. Y el de Pensilvania lo logra, como no podría ser de otro modo, dando forma a una creación que es, en efecto, inclasificable. No tanto porque el entusiasmo que transpira traspase la pantalla, ni siquiera porque sea capaz de dibujar con una facilidad inusitada la esencia de la banda, sino por zambullirse en un terreno, el del documental, sin que sepas en ningún momento qué vendrá a continuación ni por qué. Algo que, obviamente, poco o nada tiene que ver con la propia historia de Malkmus y los suyos, con probabilidad otra de tantas, más bien por ese carácter voluble, casi líquido, que tan bien define Pavement.
Estamos, pues, ante un artefacto que va mas allá de la cualidad intrínseca del documental; de hecho, se podría decir que la rechaza y subvierte. El interés de Alex Ross Perry no es dar forma a una pieza desde la que conocer a la banda estadounidense. Sí, ciertamente encontramos a lo largo de su metraje datos y señas para ello, pero desde luego en ningún caso una narrativa arquetípica que privilegie la cohesión de toda esa información. No hay un ancla: Pavements es, por momentos, caos y confusión. Aquella que ellos mismos personificaban en álbumes como, por ejemplo, Slanted and Enchanted. El film de Ross Perry y Pavement son uno puesto que su autor renuncia a los preceptos del género: exactamente como hizo (y logró) la banda en su día. Una renuncia que no surge de su deriva meta ni ficcional, ni tampoco de la búsqueda de aquello que ha ido inspirando Pavement con su sola existencia. La captura de dicha naturaleza se sustrae de motivos más profundos como la inusitada y desacomplejada voz de que el cineasta dota (y conjunta) a todo el material del que dispone.
Es obvio que nos encontramos ante una obra que puede generar rechazo con facilidad por su inducción al exceso, pero ante todo es un retrato honesto y fiel para con aquello que retrata, logrando captar lo que tantos otros perdieron en el proceso, y que tiene que ver con algo más que una cuestión semántica o musical. Y es que, como cantaba el propio Stephen Malkmus en Shady Lane, «I’m an Island of such great complexity».

Larga vida a la nueva carne.