Happyend (Neo Sora)

Suspendidos en el momento.

Hay una serie de imágenes —Kora impertérrito ante el DJ incluso con las autoridades desalojando el local, ese certero congelado en la última escena del film…— en Happyend, debut en el terreno de la ficción de Neo Sora, que apuntan a una suerte de suspensión, a un marcado tránsito por el que pasan sus protagonistas. Sí, estamos ante personajes con inquietudes, que empiezan a desarrollar y expresar sus ideales, así como a experimentar todo aquello que provee una etapa como la adolescencia —el amor, la amistad, etc.—, pero ante todo que permanecen mayormente en un estado transicional propio de dicho periodo.

Las estampas que dibuja Sora en ese sentido son elocuentes, y dan fe de estar ante una obra que no se pliega ante preceptos ni pautas. Porque Happyend podría trasladarse con facilidad al terreno político-social y, sin eludirlo, huye de él con elegancia; se sumerge en lo que podría devenir una especie de extraña distopía futurista, pero el enfoque del cineasta se mantiene siempre alejado de cualquier fuga genérica que se pudiera deslizar; e incluso rehúye el romance —ese que sostiene Kou— aportando pinceladas pero dirigiendo sus miras a lo verdaderamente importante: el retrato adolescente.

Happyend se mueve como una pieza que capta con mimo esa etapa, pero tampoco cae en los designios de la ‹coming of age›, evitando todos y cada uno de sus parámetros. Mezcla comedia, que adereza el drama de esa panda de amigos, cada uno con sus dudas y particular coyuntura —ya sea por los estudios, la situación familiar, su adaptación al marco en que se mueven…—, y sabe dotar del tono adecuado a cada secuencia. Incluso recurriendo con inteligencia a la elipsis cuando parece que la crónica expuesta podría tomar otra dirección, demostrando no sólo pericia, sino también un tacto que hace que sus personajes sean cercanos, de una humanidad palpable.

De este modo, el film nunca termina de sumirse del todo en un ámbito dramático que dotaría de gravedad despreciando esa ligereza tan juvenil que el nipón consigue imprimir en cada secuencia. Ya sea a través del elemento humorístico, de unas interpretaciones que manan verdad o incluso de ese modo en cómo logra capturar momentos que, sin ser necesariamente únicos, rebosan autenticidad. Porque Neo Sora se pierde en el detalle, en esas nimiedades y trivialidad que arroja de vez en cuando la vida, y lo hace no sólo como modo de conjugar el tono de la obra, sino también recogiendo una esencia, la del periplo que transitan sus personajes, marcada por los pequeños gestos. Esos que insuflan cotidianidad y al mismo tiempo describen con generosidad y discreción a cada uno de los adolescentes que atraviesan el relato, dispuestos a dar nuevos pasos con aquel que tiene la tranquilidad de que el tiempo todavía esta de su lado.

Capta, así, su autor, una extraña sensación: hay lugar para todo, pero al mismo tiempo es como si ello llevara a nada, y es en ese marco donde se diluye cualquier construcción posible. Y es que si bien es cierto que Sora realiza apuntes en torno a una situación socio-política incómoda, agitada, resuelve cada cuestión apelando a lo visual y dejando que lo textual solo interceda para guiar al espectador. Happyend se siente, en ese aspecto, como una fuga, como un verso libre: una obra que al mismo tiempo refleja una despreocupación propia de esa etapa tan juvenil y rabiosa, como penetra en sus inquietudes con una facilidad inusitada. Sin embargo, estas nunca trascienden, sí lo hace una emotividad que sobrevuela en sus notas de comicidad, pero ante todo se despliega en una fraternidad, una amistad, que brilla con luz propia y hace del debut de este autor a seguir uno de esos luminosos rayos de luz que, de tanto en tanto, se cuelan en una sala de cine.

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