Ali (Paco R. Baños)

Como un stand repleto de lechugas: fresca, sencilla, natural y colorista. Así nos muestra Paco R. Baños la vida en Ali, su primer largometraje, en el que se aleja de algunos tópicos del cine español para dar un aspecto libre y ligero que se adapta sin abuso alguno a los cánones del cine independiente.

En ella congeniamos con esa chica de 18 años que vive en su propio mundo maravilloso, embutida en un espacio cómodo en el que nadie entra y todo surge en una rutina impuesta, donde Ali reina alegremente en su mansión de barrio rodeada de púas en la que no pueden entrar coches, amores ni desconocidos. La caja hermética de todo adolescente donde la veracidad de lo que se conoce es el estilo de vida perfecto, «y a mí que me dejen en paz».

Ali tiene 18 años y se siente segura de sí misma mientras no aparezcan cambios inesperados. Le gusta su ración de diversión entre amigas, sus momentos de femme fatale en la zona de refrigerios del hipermercado en el que trabaja, el sexo esporádico y el tiempo bien empleado en el que disfrutar con su madre, cuando ella está dispuesta. Quién querría que todo eso cambiara. Pero a todos les toca pasar de Ali a Alicia en algún momento, y con sus intolerantes miedos de manual, intenta retrasar ese momento, como si no fuese con ella.

Para conseguir que todo funcione, el director ha contado con dos personalidades fuertes, no por fuerza bruta o sentido común en el sentido literal, pero sí por su calidad y su saber hacer ante la cámara, que no pierde un ápice de naturalidad. La principal es Nadia de Santiago, que borda un papel en el que la ñoñería y la destemplanza no cabe en sus paseos por los prados del hiper, que sonríe con cierta altanería mostrando a una persona con sus ideas propias bastante claras, en un lugar donde es niña y mujer, sin dejar pasar las medias tintas aunque sea su bandera de guerra frente a los demás. La otra es Verónica Forqué, la madre que vive en una eterna adolescencia tardía, un papel que tan bien parece conocer la actriz, el de mujer alocada y neurasténica, que ha traspasado en los genes y la mutua convivencia lo que aterra a su hija. No están solas en el mundo, aunque en ocasiones es lo que quisiera Ali, y eso enriquece todavía más la intención.

Pero una vez descubierto el planteamiento, hay algo que ayuda a convertir la película en liviana, alejándola del ataque lastimero, el tono empleado. A veces el dramatismo tiene matices rejuvenecedores y sorprendentes, al menos ahora sabemos que la cadena de hipermercados Alcampo es más poética de lo que cabría imaginar, con sus barcazas donde meten promociones de mejillones enlatados en ofertas 3×2 que flotan mejor sobre olas imaginarias. También sabiendo jugar con los detalles se forman de un modo más atractivo los personajes que por mucho meterlos en situación, y Baños se toma su tiempo enfatizando objetos, calcetines y bragas envueltos en la clara iluminación del sol para darles un sentido propio.

Hasta los colores de los uniformes se ven de otro modo si se sabe captar con gracia, y es algo que abunda aquí en una película que no intenta romperte ni recomponerte, sólo germinar una historia y regarla poco a poco para verla crecer, y así conseguir que Ali vaya transformando su frágil carácter atrapado entre montones de corazas, esas que de (más) jóvenes —no hay que perder el espíritu— hemos llevado todos, a un ritmo tan relajado que recuerda a las lechugas, fresquitas y vistosas, siempre esperándonos en el estante principal.

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