Una película inacabada (Lou Ye)

El director chino Lou Ye narra en su nuevo trabajo, ambientado entre finales de 2019 y principios de 2020, la historia de un equipo de rodaje que, a petición de su director, se reúne en un hotel para tratar de completar una película que realizaron diez años antes y dejaron sin terminar. Sin embargo, tras superar las dificultades y reticencias a embarcarse en el proyecto, el surgimiento de la nueva realidad provocada por la pandemia de COVID obliga a suspender el rodaje y confina a gran parte del equipo en habitaciones separadas en el hotel, incluido el actor principal Jiang Cheng, quien a partir de entonces será el eje narrativo de la cinta.

Una película inacabada parte de un terreno conocido por el director y grato para el público cinéfilo al que atrae una historia en la que la pasión pura por el cine lleva a un grupo de personas a terminar un proyecto que no les va a dar ningún rédito, y, de manera repentina, muta a una historia mucho más universal, de experiencias aisladas pero de emociones compartidas, que significó la pandemia. A nivel de puesta en escena, la cinta se presenta como un falso documental; emplea numerosas imágenes de archivo y opta por un estilo en primer lugar de cámara en mano, siguiendo al equipo de rodaje en sus quehaceres, y más tarde intercala pantallas partidas y vídeos de internet, para poner énfasis en el aislamiento físico de sus personajes y la comunicación a través de videollamadas y enlaces virales compartidos. Con ese cambio estilístico, Ye marca una gran diferencia entre las dos realidades, vividas ambas en muy poco tiempo, e incide particularmente en la erosión emocional provocada por la emergencia repentina del COVID.

Aunque en ciertos puntos tenga un deje de solemnidad hacia los hechos históricos y el reconocimiento a las víctimas, que daña un poco la autenticidad visceral de lo que narra, la película no es en absoluto un homenaje, sino una reacción desde dentro al trauma, que todavía no se ha terminado de desentrañar del todo y que, en mi opinión, todavía tardaremos mucho tiempo en entender y asimilar en su plenitud. Ye refleja en esta película meses de hartazgo e incertidumbre por la cuarentena, de miedo paranoico cada vez que se escuchaba a alguien toser, de terror real a perder a alguien si le ingresaban en un hospital o presentaba algún síntoma; pero, en especial, muestra el efecto de esta nueva situación en una sociedad hipermediatizada y con acceso inmediato a herramientas de comunicación instantánea. De entre todas las imágenes que rueda del proceso que sufre el actor Jiang Cheng, algunas de las que más me resuenan son las que reflejan el agotamiento emocional que en realidad es provocado por sus propios impulsos de consumir y compartir información sobre las miles de historias horribles que conformaron aquellos meses, añadiendo al trauma de cambiar por completo la cotidianeidad y preocuparse por la gente cercana la necesidad de estar siempre en conexión con esa realidad desoladora.

Este aspecto no es fácil de abordar, porque en una escala de gravedad es por supuesto más urgente hablar de las muertes y las secuelas físicas y emocionales inmediatas de la enfermedad, pero en Una película inacabada los personajes logran esquivar aquello y pueden reunirse después sanos y salvos. Tienen suerte, desde ese punto de vista. Sin embargo, el efecto en sus mentes es notorio y traumático, la consecuencia de un estrés emocional agravado por algo que en aquel momento supuso un doble filo, una bendición para mucha gente al lograr conectarles a otras personas y mantener sus lazos, y una revictimización constante de sus inquietudes y su dolor. Ye representa muy bien la situación de muchos que vivimos la pandemia, en la que internet y las telecomunicaciones fueron una herramienta que nos permitió sobrellevar emocionalmente la situación, pero que también nos creó una necesidad constante de conectarnos a esa realidad, de saber y de violentarnos con miles de historias dramáticas que se acumulaban junto a las propias.

Una película inacabada es, sobre todo en su segunda mitad, una experiencia cada vez menos grata y más pesada y asfixiante, generando la sensación de que el tiempo pasa mucho más despacio. Es un regreso a sensaciones vividas, al estrés de la época, y una muestra de que este trauma sufrido por gente de todo el planeta, con las particularidades que otorga la modernidad y las nuevas formas de comunicación y acceso a la información, no es solamente una cuestión de cifras. También, es una muestra de las dificultades de contar una historia sobre la pandemia, donde las emociones se vivieron de manera colectiva pero las historias individuales tienen un peso ineludible, y donde el trasfondo solemne y de respeto ceremonial a las víctimas se da de bruces, como de hecho ocurre en esta película, con el tono más intenso y emocional abordado a través de los personajes. Precisamente por este último punto, no considero que sea una experiencia redonda y creo que hay aspectos discutibles, en particular cuando pasa de lo individual al sentimiento colectivo o nacional a través de las notas de acontecimientos históricos, pero entiendo y empatizo con el obstáculo al que se enfrenta Ye, y que probablemente no sea factible sortear del todo.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *