Un invierno en Sokcho (Koya Kamura)

La llegada de un cliente francés a la pensión donde trabaja Soo-Ha despertará sentimientos enterrados. Por un lado, de la joven, emergiendo la figura de un padre ausente que procedía precisamente de tierras europeas; y por el otro, de su madre, que verá volver agridulces recuerdos en un personaje que levanta suspicacias en ella por un pasado que no parece haber sido enterrado del todo.

Koya Kamura debuta con Un invierno en Sokcho en el terreno de la dirección de largos, y lo hace componiendo un drama que desvela con sencillez y tiento sus posibilidades. La sensibilidad con que el parisino de raíces niponas desarrolla una crónica que puede resultar conocida, pero sabe conducir y descubrir con pericia, hace de su debut uno de esos bálsamos desde el que ir exteriorizando la naturaleza de unos personajes descritos al detalle.

Algo que se antoja esencial en el film que nos ocupa, pues al fin y al cabo estamos ante una historia de autodescubrimiento, de  aceptación en parte, donde la protagonista emprenderá un recorrido no siempre fácil, pero a menudo repleto de hallazgos que ocupan un avance tan irreversible como lleno de matices y capas.

Es la mirada de Soo-Ha atravesando esa ventana medio oculta, cubierta con un trozo de papel, la que revela un interés gradual que irá encontrando pequeños asideros. De hecho, Yan Kerrand, ese artista francés que aparecerá en su periplo, no cae en gracia en un principio a la joven, que lo tildará de grosero. El espacio que desea y ocupa Kerrand contraría de algún modo la curiosidad de Soo-Ha, que siempre espera un retorno que no se produce. Algo que, sin embargo, irá abriendo nuevas vías de comunicación ante la franqueza y la falta de tapujos de la muchacha, todo ello resaltado por Kamura en una serie de vaivenes que van dibujando y aderezando con tacto el vínculo entre ambos personajes.

Porque aunque Soo-Ha hable francés, hecho que le permitirá comunicarse con Kerrand con una facilidad que el artista no encuentra en nadie más, la correspondencia entre ambos se abrirá paso a través de los momentos que comparten, hasta el punto de que él revele detalles de su vida privada que permanecen ocultos para tantos otros al ser una figura de cierto relieve en su campo pero rehusar revelar su vida personal.

La narración, pausada, casi adormecida, pero siempre sugerente, a que somete el cineasta al relato, otorga el espacio adecuado para que ambos personajes se vayan conociendo y reconociendo, hallando aquello que quizá no esperarían, pero que a la par complementa el viaje de cada uno de ellos.

Sin sentimentalismos ni excesos, Kamura confecciona un mosaico que nos es familiar a la par que comprende en ese rasgo el modo de avanzar en un tejido emocional pero delicado, que es el que el cineasta revela con un pulso casi insospechado: estamos ante una ópera prima que rebosa talento y saber estar, logrando rellenar cada hueco de un sentimiento impropio.

Roschdy Zem aporta, en ese aspecto, la templanza a un personaje cuyo desarrollo depende también de su obra: a fin de cuentas, es lo que le ha llevado a ese rincón de Corea. Mientras, Bella Kim compone en su debut un personaje convencido pero frágil al mismo tiempo, aportando los matices idóneos y complementando un relato en el que predominan los grises: no hay en él rastro de afectación o cursilería, hallando en su franqueza y naturalidad una herramienta indispensable.

Un invierno en Sokcho hace, a resumidas cuentas, fácil lo difícil, y es que estando ante una crónica que puede resultar conocida o, cuanto menos, encontrar semejanzas en su estructura, Koya Kamura demuestra un talento y una solvencia que no cualquiera se puede permitir, acompañando así uno de esos relatos mínimos que no por ello dejan de cobrar una dimensión más allá del alcance que se le suponía. Un logro al alcance de muy pocos.

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