The Fin (Park Sye-young)

Un color rojizo ha reemplazado el habitual azul que predomina en el cielo en The Fin, segundo largometraje del coreano Park Sye-young. Apenas un detalle sirve al cineasta para dar forma al futuro post-apocalíptico a través del que desarrollará una narración orgánica desde la que concebir tres relatos de distintos personajes que, en su deriva, se entrecruzarán. Es así como el coreano arma una parábola socio-política que se extiende durante sus distintos segmentos, pero que se despliega ya mediante su premisa inicial, donde la península coreana ha sido reunificada y la única escisión se encuentra tras una muralla que separa a los llamados Omega, un pueblo mutante apartado de la sociedad cuya labor es la de eliminar la contaminación causada por esta.

Park Sye-young compone partiendo de este punto de partida una ‹low-fi› cuyo planteamiento radica en la vertiente humana. El cineasta describe el sentir de los personajes que vagan por ese universo tanto centrándose en su entorno como empleando una voz en ‹off› desde la que desplegar un abanico de emociones mucho más palpable. Las contradicciones, inquietudes e incluso pesar de un mundo donde las libertades individuales se ciñen a la condición de cada uno, son el reflejo fehaciente de una decadencia que se escurre sobre el individuo. The Fin conforma desde estas consignas un aparato discursivo eficiente que, sin embargo, no se sobrepone a aspectos mediante los que dotar de una concepción distinta al film; es así como el autor de The Fifth Thoracic Vertebra otorga una consonancia mucho mayor al periplo de esos sujetos que entrelazarán sus existencias, poniendo además de relieve un cuestionamiento del propio sistema que encaja a la perfección con el tono de la obra.

Pero ese debate interno, como no podría ser de otro modo, aparece en un contexto en el que es inviable una respuesta o reacción. Sye-young es consecuente con el microcosmos trazado, y todo desafío que puedan sostener los seres que lo habitan se dirime en debates internos que no van más allá. El objetivo de la distopía presentada no es otro que, a fin de cuentas, indagar desde esta parábola sobre el poder y los mecanismos de control en torno a un terreno desde el que confrontar asimismo la propia realidad. No hay héroes, ni siquiera antihéroes, solo seres que lidian del mejor modo posible con una existencia circunscrita a todos aquellos elementos que la coartan o limitan. The Fin es, en ese sentido, una obra áspera, teñida por un cierto desaliento y de mirada desesperanzada. Consciente, en definitiva, de hacía donde nos dirigimos si no somos capaces de subvertir y cuestionar cada contexto.

El cine de género surge como resorte a través de un fantástico sobre el que se asienta el film. El relato se articula así desde un horror que no precisa en sus constantes, pero sí se define mediante una concepción visual que arroja no pocos estímulos al universo concretado. Desde el uso del color pasando por la aridez de una fotografía trabajada a través de la luz y los filtros, y el empleo de planos mayormente cerrados, configuran un tono desde el que la obra redefine sus horizontes y es capaz de transitar distintos terrenos. Lejos de provocar una indefinición en la que sería fácil caer dado su minimalismo argumental, ello fomenta la creación de una atmósfera cuyo magnetismo se antoja clave. The Fin aúna, en definitiva, distintos elementos sin que haya disonancias entre ellos, logrando que tanto la creación de ese mundo como una cuidada ambientación y los pliegues desde los que establecer una parábola si bien no sugestiva, cuanto menos interesante, compongan uno de esos ejercicios tan menudos como estimulantes que provee las veces un género, el fantástico, que demuestra, con poco, su enorme capacidad regenerativa.

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