Tela de araña es, a su modo de artefacto, una perfecta metáfora visual sobre lo que quiere representar y lo que finalmente resulta. Es decir, un film que aspira a ser denuncia sociopolítica a través del artificio que supone la creación cinematográfica y que acaba quedándose en eso, en un artificio, a ratos brillante, a ratos desnortado y, en su conjunto, una producción cuya bella arquitectura demuestra tener los cimientos de barro.
Es innegable que Kim Jee-woon domina como pocos el manejo de la cámara en lo que respecta a la floritura formal. Sin embargo, también parece cierto que sus mejores tiempos han pasado. No reconocemos aquí al director de, por ejemplo, Encontré al diablo. Un director que ponía al servicio de la historia los tropos formales consiguiendo que ambos extremos de la creación brillasen en una suerte de simbiosis artístico-narrativa. En Tela de araña, en cambio, todo es apariencia.
Y es que el marco de un rodaje parece el lugar ideal para un ejercicio meta, donde cada plano, cada apuesta puede parecer oportuna dado el contexto. No obstante, todo el rato da la sensación paradójica que está orquestado un poco a modo de capricho, a golpe de genialidad. Como si todo ello justificara el propósito del film. ¿Qué se consigue con ello? Pues que asistamos a una especie de rueda argumental chirriante. Una película que da vueltas sobre sí misma, incapaz de encontrar una salida, que se estira como un chicle buscando un brillo que nunca acaba de llegar.
Todos sus temas (el propio rodaje, la censura, las relaciones interpersonales) nunca acaban de conseguir el tono adecuado. Ni su denuncia es contundente, ni su parte vodevilesca es divertida, ni lo cinematográfico es rompedor o como mínimo interesante. El resultado final acaba siendo una experiencia agotadora en lo narrativo y, sobre todo, en la idea de que, aunque sabemos cuál es la meta a la que se quiere llegar, nunca se vislumbra dicho fin y lo peor, quizás, es que cuando este llega ni siquiera es satisfactorio.
Otro aspecto donde Kim Jee-woon parece una versión hiperbólica de sí mismo está en la dirección de actores. Como siempre se rodea de lo más granado del ‹star-system› coreano y, pese a ello, lejos de sacar lo mejor de cada uno, asistimos a una serie de interpretaciones histéricas, sobreactuadas donde, al igual que en el resto de los aspectos del film, uno no sabe si es a propósito o no. Es decir, no sabemos si estamos ante una mala dirección o que sencillamente no funciona.
Con todos estos elementos podría parecer que nos encontramos ante una película que, siendo generoso, sería irrelevante. Y, sin embargo, se atisban cosas interesantes bajo su superficie. La idea está ahí y es innegable que es brillante, sin lugar a dudas. La paradoja máxima no obstante es que Tela de araña se presenta como un fresco muy ambicioso de una época, un lugar y un sistema tanto político como cinematográfico y acaba por ser algo plano, hasta sencillo, en lo mecánico de su desarrollo. Una obra que pretendía ser arquitectura contra la banalidad y acaba víctima de ella.
