Adaptando la novela homónima de Nicolas Mathieu, la nueva película de los hermanos Ludovic y Zoran Boukherma sigue la vida de Anthony, un adolescente que reside en un barrio del este de Francia, durante diversos veranos entre 1992 y 1999. Anthony viene de una situación familiar complicada por su padre alcohólico y abusivo, y se ha metido en una intrincada historia de venganza mutua con Hacine, el chico más peligroso del barrio, pero mantiene su esperanza en el amor no correspondido que siente por Stephanie. A lo largo de los años, y a medida que Anthony va llegando a la adultez, su situación emocional sigue dando tumbos entre todos estos factores.
Sus hijos después de ellos tiene la pretensión de evocar un atractivo generacional. Al fin y al cabo, se trata de una película ambientada en la Francia de los 90 que trata de captar el ambiente social de un barrio humilde, y en la que la turbulencia emocional adolescente de sus personajes se mezcla con experiencias colectivas muy reconocibles, como la victoria de Francia en el Mundial de 1998. Hay inevitablemente algo de ello, y no creo que resulte difícil para alguien que ha vivido esa época y lugar encontrar al menos una sensación de cercanía; pero, en general, creo que esta intención choca con la realidad de una ejecución cuanto menos torpe y cuestionable.
Según lo que he podido saber de la novela original, en ella los personajes de Stephanie y Hacine comparten protagonismo con Anthony. En la adaptación realizada por los Boukherma, esto no sucede, lo cual nos priva de conocer más y mejor a dos personalidades que se sienten muy interesantes; lo que se hace con Stephanie me parece particularmente negativo, porque solo una leve pincelada en un momento dado nos recuerda que estamos frente a un personaje con unos conflictos propios y no una meta con patas que persigue desesperadamente el protagonista. Viendo sus roles en la cinta, uno los siente incompletos, recortados e incluso inconexos, y no puedo dejar de pensar en lo que podría haber sido si los directores hubiesen adoptado un enfoque más multipolar.
Sin embargo, el problema más grave no es que Stephanie y Hacine se reduzcan casi a situaciones de Anthony. Lo que mata la película y sus aspiraciones es el propio Anthony, y más concretamente la interpretación de Paul Kircher. Como no creo que se trate necesariamente de un mal actor, no entiendo el enfoque con el que aborda a su personaje; lo retrata en un estado de apatía constante que parece una parodia mala de un estereotipo adolescente, a través de un rostro siempre embobado y con una falta de expresión emocional que choca y mucho con la intensidad que supuestamente está viviendo su personaje. Constantemente, su caracterización de Anthony me aleja de empatizar con él, y la comparación se hace inevitable cuando cualquiera de los que le rodean tiene tanta vida en comparación que es como si estuvieran en películas distintas. Por eso, el enfrentamiento con Hacine solo es interesante por lo que concierne a Hacine; y por eso también, en la relación errática con Stephanie es ella la única que parece sentir algo, pero ese algo es incomprensible e incoherente, y cuesta mucho entender y naturalizar una atracción o siquiera un interés basado en una química inexistente.
Si bien considero que esta decisión narrativa de centrarlo todo en Anthony y la deficiente interpretación principal se cargan la película, no creo que esta tenga mucho que ofrecer en cualquier caso. A nivel de temas e implicaciones, pasa por distintas problemáticas que merecerían todo un tratamiento aparte (racismo, violencia familiar, delincuencia juvenil, alcoholismo) con superficialidad y con una tendencia a encuadrarlos todos como parte de una “experiencia marginal”, como si la sola mención de que sus personajes vienen de un barrio humilde y “complicado” ahorrase a la cinta un discurso consistente al respecto o un posicionamiento sobre estas cuestiones. Sus hijos después de ellos se acerca a todos estos temas con una cierta distancia objetiva, a observarlos como “cosas que pasan” y naturalizarlos en el entorno de sus personajes, y este enfoque se antoja fallido en lo fundamental, y de una indiferencia que incluso diría que es potencialmente ofensiva. El resultado no solo es que no tenga nada que decir, sino que en la propia declaración de intenciones hay un claro desdén por entenderlos y explorar de dónde surgen; parece que lo único que quiere es apartarlos, señalar que todo es culpa de su entorno, evitarse ellos y evitar al espectador sentir cercanía por estos temas. Lamentablemente, la fiesta pija de la primera parte se convierte en la mirada que dicta el resto de la cinta.
Por estos motivos, y aunque en su dilatado metraje hay momentos que sí llegan, en especial los que logran Sayyid El Alami como un bastante convincente Hacine y Gilles Lelouche como el padre violento de Anthony, el resultado general no me convence en absoluto. Pese a que crea que el tratamiento de sus temas es muy insuficiente en muchos aspectos, Sus hijos después de ellos es sobre todo una experiencia inane y olvidable, una anécdota que pasa sin pena ni gloria por su intento de captar las sensaciones de la adolescencia y de una época concreta para generar un afecto en el espectador.
