Momoko es una mujer como otras tantas. Lleva una vida trivial en la que sobresalen las labores del hogar que realiza día a día y cumple meticulosamente, que combina con las visitas a su suegra, a la que cuida, que vive en una casa colindante, y la búsqueda de un minino extraviado. Todo se antoja rutinario, a excepción de unos extraños incendios de basura que se producen vez tras otra en el barrio, pero en el fondo hay algo que no funciona. La relación de Momoko con su marido se antoja cada vez más expuesta, y la apatía con que este recibe una comunicación que se torna insignificante contrasta con una mirada, la de ella, siempre activa.
Yukihiro Morigaki, autor de films como la galardonada Goodbye, Grandpa!, resigue la silueta de Momoko con su cámara, que no pierde detalle de los quehaceres de esta ama de casa que compagina sus hábitos con unas clases que imparte. En su deseo está poder ampliar horizontes y llegar más lejos en ese propósito, pero las puertas no parecen abiertas ante la desidia con que son recibidas sus propuestas. Es así como aquello que pudiera resultar un subterfugio para la protagonista, termina siendo otra piedra en el zapato, una nueva muesca en torno a una existencia que se torna mundana no por su propia decisión, sino por cómo se ve arrastrada por todo aquello que va resquebrajando de algún modo la realidad. No es casual que la obsesión por encontrar a ese gato la lleve a hurgar en los cimientos del propio hogar, encerrándola aún más si cabe en un estado del que se antoja ciertamente complejo salir. En especial, ante ese laberíntico ‹déjà vu› que reproducen sus pasos, volviendo a los mismos lugares de siempre y trazando un recorrido que Morigaki expone sin subrayar, incidiendo en el retrato de una psique atrapada, incapaz de rehuir sus responsabilidades y al mismo tiempo de encontrar un sentimiento al que poder aferrarse.
No por ello Rude to Love se torna una pieza claustrofóbica ni se acerca a la turbiedad que manan en ocasiones este tipo de relatos. El cineasta nipón, por contra, compone un drama psicológico que se centra en la pormenorizada descripción del peregrinaje de Momoko, sin necesidad de incidir en atmósferas cargadas o tensas. La puesta en escena empleada, de hecho, la aleja de cualquier desvío genérico que pudiera advertirse, comprendiendo en mayor grado el dibujo de una psique rota.
Rude to Love es, en ese sentido, una obra que se aleja de cualquier precepto, construyendo sin prisa pero sin pausa un relato que rehúye cualquier estridencia posible y se aleja de los golpes de efecto. Morigaki describe la evolución del personaje apoyándose en una notable interpretación de Noriko Eguchi. La actriz nipona otorga los matices adecuados en cada momento, y bordea a la perfección esa sombra que se ciñe sobre el personaje sin necesidad de grandes gestos, conteniendo una expresividad que con poco dice mucho más acerca de Momoko.
Estamos ante un film que explora la destrucción del tejido afectivo, de los cimientos del hogar familiar, y lo hace sin exagerar la expresión, siempre consciente de que su retrato tiene una mayor relación para con los paradigmas sociales que con una visceralidad que apenas se expresa en contados instantes. Con ello, el realizador, que se había acercado anteriormente al cine de género, muestra una claridad expositiva que si bien no posee siempre la fuerza que requeriría un relato como al que nos aproxima, hace de la meticulosidad e inteligencia con que están compuestas algunas de sus imágenes un bastión desde el que hacer pervivir una de esas crónicas habitualmente ocultas bajo el yugo del ruido y artificio de tantas otras que sí aparecen en primera página.

Larga vida a la nueva carne.