
Como una de las más sorprendentes óperas primas que se han paseado por la reciente edición del Festival Internacional de Cine de Gijón, Reedland se ha postulado a ser candidata a estar entre las grandes películas del presente año, firmada por el neerlandés Sven Bresser. Un thriller dramático que nos mete de lleno en las ampulosas llanuras de los Países Bajos para confeccionar una arquitectura de la escena rural encorsetada en una atmósfera inquietante, y en la que Bresser articula una intromisión emocional hacia uno de los habitantes de estas regiones; una historia en la que la sensación de culpabilidad, los estallidos de violencia en estas comunidades y la percepción perenne de amenaza pueblan por un relato intimista que se amolda a los mecanismos del drama y el suspense. La historia se centra en Johan, un hombre de cierta edad que trabaja como cortador de juncos en una región rural neerlandesa; tanto la tranquilidad de la zona como la monotonía del día a día de Johan se ven coartadas abruptamente cuando descubre el cuerpo sin vida de una niña en unos terrenos muy cercanos a su casa. El suceso trae consigo una sensación inminente de amenaza en la comunidad, que en el caso de Johan acaba por despertar un sentimiento de cierta culpabilidad y trauma por ser el primer testigo del más que aparente asesinato.

El punto de partida, más propio del relato policíaco, sirve para que Bresser verse un relato en torno a las derivas de una pequeña colectividad rural, ahogada en sus costumbres y con escasa conexión con la modernidad de las grandes urbes. La historia no escapa de la consecuente investigación, ya que Johan, al mismo tiempo que su arco emocional se amplía con ciertas vicisitudes familiares, emprende una búsqueda de las averiguaciones que despejen las dudas del mortal hallazgo. Además de poner el foco argumental en su protagonista, que nos sirve de hilo conductor para conocer el cómo esa comunidad rural, perfectamente presentada por sus propias costumbres (y simbolizadas en el trabajo con el junco del propio protagonista), la película rápidamente se ocupa de mostrar el reverso de una pequeña colectividad corrompida por los crecientes sentimientos de paranoia, conspiración y permanente desconfianza. Esto choca con la incesante búsqueda de la verdad del propio Johan, una obsesión que parece enfrentarse con la pasividad con la que las autoridades locales y su entorno asimilan una tragedia de importante magnitud.
Reedland es una película que se siente cómoda en su oscilación de géneros, ya que pivota en todo momento con un inspirado toque de thriller policíaco de misterio, en el que, siguiendo la tradición europea, un protagonista de ve inmerso de manera espontánea en un misterio en el que los responsables en investigarlo muestran una inoperancia inesperada; pero, siguiendo con su variedad conceptual, la naturalidad de suspense se concatena con una exploración introspectiva hacia su personaje principal, en el que su propio drama, detonado por una tragedia inesperada, acaba por romper un clima de tranquilidad en el que saldrán a la luz tensiones y hostilidades que previamente convivían de manera recóndita. La película proyecta su naturaleza sombría con la fotográfica recreación de las localizaciones pantanosas de la región, orografía que mantiene una presencia narrativa constante, y ejecuta su evolución argumental con ritmo de combustión lenta en el que los silencios se antojan como las notas perfectas para dotar de misterio la oscura partitura dramática del protagonista.

Su mezcolanza entre el thriller rural y el estudio analítico de los dramas y vivencias de estas comunidades convierten a Reedland en un producto muy atractivo para un diferente rango de público, en el que los andamiajes del ‹noir› encuentran unos estímulos metafóricos, con el estudio de una redención que alcanza un estado natural de fantasía. Una obra muy inteligente, estudiada al milímetro en una puesta en escena que regala al espectador la exploración de una comunidad y sus desgarros interiores, y en el que el ‹whodunit› acaba por ser un perfecto ‹macguffin›. Además, la cinta neerlandesa nos deja una de las interpretaciones más sorprendentes del año: supone el debut actoral del protagonista Gerrit Knobbe en el papel de Johan, cuya fisicidad árida y pétrea dibujan los perfiles más angustiosos de una película con una ambigüedad en su conclusión realmente estremecedora.






