Los términos “lynchiano”, “kafkiano” o “bressoniano” son usados a menudo de forma hiperbólica para hacer descripciones, en este caso de películas que responden a unos códigos, texturas o sensaciones propias de los artistas a los que se refieren. Si el concepto de lo “dardenniano” no es tan popular como los anteriormente citados no es porque su influencia sea menor, muy al contrario, ni porque estilen una cinematografía menos llamativa y plástica, sino por el resultado de una asimilación total de su estilo por parte del género cinematográfico al que pertenecen, hasta el punto que parecen indivisibles el uno del otro. Cada una de sus películas se intuye, a simple vista, más canónica y genérica que la anterior en el contexto del cine de carácter social realista que las rodea. Y no es únicamente porque los hermanos Dardenne se vayan oxidando con la edad, sino porque las semillas que empezaron a plantar con La promesa (1996) y Rosetta (1999) han crecido tanto que ahora son inseparables de los códigos intrínsecos del género que ayudaron a popularizar. Emplear el término “dardenniano” en la actualidad resultaría demasiado confuso e impreciso para el público general, dado que su carácter descriptivo se ha diluido hasta convertirse en sinónimo de “cine realista social”. Su influencia, por lo tanto, es tan amplia que se da por sentada y su estilo, con los años, ha sido malinterpretado y prostituido hasta tal punto que ha dado resultado a algunas de las peores tendencias del cine moderno europeo.
En 2025, los Dardenne se encuentran en una posición curiosa. Su última película Recién nacidas ha transitado de forma bastante disimulada por festivales, como ya viene siento habitual. El último gran cambio que afectó a su forma de hacer cine fue la conversión del analógico al digital hace ya más de una década, y desde entonces se han mantenido fieles a su estilo y metodología, sacando de forma metódica una película cada dos o tres años. La existencia de tantos imitadores, confesos o involuntarios, sólo me constata que la maestría y sensibilidad de los cineastas belgas aun sigue vigente en el periodo de mayor esterilidad de su carrera. Y sí, Recién nacidas es fácilmente la peor película de los hermanos —desde que son “dardennianos”— y sus fallos son bastante evidentes, pero me resulta difícil —tratándose de los Dardenne— no agarrarme con uñas y dientes a los triunfos que consigue aunque puedan resultar redundantes en el contexto de su carrera en general.
Recién nacidas es la primera película de carácter coral de los Dardenne. Su título original Jeunes mères (madres jóvenes), hace un mejor trabajo describiendo la premisa de la cinta. Se trata de la historia de cinco adolescentes, una de ellas apareciendo de forma muy breve, que conviven en un refugio para madres jóvenes aprendiendo a convivir con su nueva condición de maternidad y todo lo que comporta. La decisión de narrar la película mediante historias y protagonistas diversas sirve para tratar el tema desde tantos ángulos como sea posible. Por ejemplo, en el caso de Perla, su conflicto surge de sus intentos por convencer al padre de la criatura —un chico que reside en un centro para menores— para que adopte el papel de figura paternal. La trama de Jessica, para ejemplificar otro caso, se articula como una odisea del personaje para encontrar a su propia madre biológica, que se encontró en un caso similar al suyo y decidió darla en adopción. La primera mitad del film es un gran ejemplo de como las narrativas corales sirven para hacer un estudio detallado de un tema muy concreto. En vez de utilizar una historia para hablar de una multitud de cuestiones, deciden concentrarse en una sola cuestión desde perspectivas distintas que se complementan. Pero para narrar cuatro caminos en la duración de un largometraje hace falta una agilidad y capacidad de síntesis notable. Los Dardenne, a lo largo de su carrera, han destacado por esa facilidad por esencializar e ir al grano. Individualmente, cada historia de Recién nacidas retiene esa característica tan propiamente “dardenniana” de encontrar profundidad en lo simple, esa dualidad que también se encuentra en el apartado formal de su cine: entre el cuidado milimétrico y planificado de cada movimiento de cámara, gesto y frase, y la invisibilidad y el aparente carácter improvisado de esos mismos mecanismos. El problema de esta cinta es que no tiene demasiado en cuenta cómo estas historias confluyen, no a nivel narrativo —que se excusa con suficiencia en la coincidencia temática y espacial de las historias—, sino a nivel estructural.
Se trata de personajes con cargas emocionales y dramáticas muy pesadas que requieren de un tercer acto digno de un largometraje. Eso resulta en un último tercio de secuencias finales que se van encadenando de forma interminable. Esa ligereza con la que se suceden los eventos en las mejores películas de los Dardenne es un contrapeso imprescindible para sujetar toda la carga emocional que entrañan sus películas. Sin ella la cinta se siente desbalanceada y densa, y rompe con esa fina dicotomía que sostiene los principios de su fantástico cine.
A nivel interpretativo hay buenas actuaciones muy en la línea de los cineastas. En cuanto a tecnicismos, no me siento imperado a ser más exigente después de todo lo que nos han regalado. Sigo fascinado por sus movimientos de cámara y panorámicas, su capacidad para encontrar la mejor forma —y no siempre la más convencional— para expresar cada acción y no simplemente narrarla y su excelente uso de los espacios. Con todos los fallos que puede tener la película, hay algo terriblemente bonito en la humanidad y cariño con el que los hermanos Dardenne se expresan. Pueden caer en el sensacionalismo en incontables ocasiones y deciden optar por la honestidad, la transparencia y el respeto hacia sus personajes. Eso también conforma lo “dardenniano” y por mucho que sus formas de narrar se vayan oxidando con el paso de los años, esa sensibilidad es demasiado íntima como para desvanecerse.









