Primate (Johannes Roberts)

Buenos días caballero. ¿Qué se le ofrece en este Festival de Sitges? Pues mire, yo venía buscando una película de duración ajustada, con una introducción rápida y efectiva, que vaya al grano con el asunto y que, si puede ser, tenga asesinatos creativos, animales psicópatas y una nutrido grupo de adolescentes a cuál más ejecutable ¿Puede ser? Por supuesto caballero, pase y disfrute la experiencia de esta bonita película llamada Primate.

Bromas aparte, estamos ante una película que, a parte del gozo festivalero que supone, debería hacernos reflexionar al respecto del estado del cine de género. Primate nos dice muchas cosas al respecto y, por desgracia, no necesariamente buenas. Y no, no se trata de denostar un producto como este aunque no es óbice reconocer su condición de mero producto de explotación con todos los defectos y virtudes que ello supone.

Lo verdaderamente preocupante es que una película como Primate sea celebrada por todo lo alto justamente por su condición de ‹rara avis› cuando hubo un tiempo en que no hubiera pasado de ser otra más en la lista de del ‹slasher› con variantes animalísticas. De hecho, uno de los detalles que quizás pasan más desapercibidos es justamente el homenaje a este tipo de producciones que nos ofrecen los créditos, con una tipología de letra en el título, un cierto grano en la imagen y una música de toques ligeramente Carpenter que nos remiten a la era dorada de este tipo de films en los setenta.

Primate parece estar fuera de contexto, como una anomalía anacrónica en tiempos donde parece que si no hay “atmósfera”, ínfulas de autor y visiones “novedosas” ya no es terror reseñable. Y justamente Johannes Roberts parece lanzar la idea de que el terror no es necesariamente un vehículo que enmascare subtextos sino otro género con el que tenemos legítimo derecho a divertirnos sin pensar demasiado.

En este sentido Primate ofrece todo lo que se necesita aunque sea base de clichés argumentales y arquetipos en sus personajes pero… ¿qué más da? Lo importante es que en su autoconsciencia sabe como articular una narrativa donde todo es esperable pero bien hilado, maneja correctamente los tiempos y, sobre todo, no cede ni un milímetro a la hora de ser explícita en los momentos en que se requiere salvajismo y gore. Quizás el ejemplo más evidente de ello lo encontramos justo en su ‹opening›, donde se amaga con un fuera de plano para renglón seguido no escatimar detalles en el primer asesinato.

Se podría pensar pues que estamos ante una obra de contexto festivalero y que pudiera ofrecer dudas al respecto de su pervivencia y éxito comercial ante un público digamos más ‹mainstream›. El resultado lo veremos en su estreno, pero que estemos ante lo que parece una bocanada de aire fresco sencillamente por volver a ser terror sin disfraces ni coartadas es siempre una buena noticia. Una película que nos remite a ese momento en que el horror parecía caldo de cultivo para el nicho de gente de género, lejos de esta epidemia de esnobismo e intelectualización que sufre el género.

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