La ocupación japonesa de Corea parece estar emergiendo como un filón desde el que continuar construyendo el thriller coreano contemporáneo, y si hace unos meses era Harbin la encargada de dar forma a uno de los episodios más reconocibles de dicho periodo, Lee Hae-young se aferra a esa etapa para reproducir uno de esos thrillers de espionaje que en un principio podría asumirse como de corte clásico.
Los minutos iniciales de esta Phantom, contextualizando y aportando la información necesaria, se presentan así a modo de ejercicio un tanto acomodaticio, que no tiene un objetivo mucho más ambicioso lejos de presentar a sus distintos personajes y perfilar un contexto que a la postre ni siquiera será clave para el desarrollo de la trama. O, dicho de otro modo, el cineasta coreano presenta una serie de datos que, intercambiados, no otorgarían una dimensión distinta al film.
Estamos, a fin de cuentas, ante un thriller que emplea el marco mencionado para llevarlo al terreno propicio desde el que desarrollar una pieza de género de forma oportuna. Un hecho que confirma la exposición de la premisa central, cuando cinco personajes sean aislados en un hotel con tal de capturar a un presunto “fantasma” infiltrado entre ellos.
Aquello que podría dar pie a un juego de suspicacias, tiranteces e intuición entre los distintos contendientes, se mueve no obstante de forma perezosa entre los cimientos del colosal hotel. Ante la obviedad, el vago interés que arroja el guión en torno a algunos de sus personajes —de hecho, termina completando sus identidades aludiendo a lo personal ante la carencia de estímulos—, y el poco provecho que se le extrae a un escenario que podría devenir laberíntico y arrojar ideas desde la que explorar esa tensión latente, poco puede hacer Hae-young más allá de despachar alguna secuencia de acción con un mínimo y jugar al despiste en determinados momentos.
Phantom logra despegar, de hecho, cuanto menos presa se siente de la rutina y más se deja llevar por esa imprudencia que tan al límite lleva el thriller coreano, algo que logra en una segunda mitad donde las ‹set pieces› brillan con mayor fuerza, y sus distintos personajes, al verse contra las cuerdas, aportan ese punto de locura que hacen lucir, si bien no una cierta imprevisibilidad, cuanto menos una espontaneidad mucho más refrescante y alejada del ‹déjà vu› constante en el que, lejos de cuatro o cinco nombres por encima de la media, sigue enquistado el género.
Es así como, y sin dar con nada excepcional —ni siquiera que sobresalga por encima de la media—, el autor de Believer consigue arrojar un ejercio a ratos estimulante que, pese a su un tanto abultada duración, y a que continúa arrojando imágenes un tanto complacientes —como las de ese perezoso epílogo que, paradójicamente, desliza un conato de film que quién sabe si no funcionaría mejor—, conoce al menos cómo aprovechar sus bazas y conectar con lo que se le debería pedir (mínimamente) a un producto de estas características.
En definitiva, Phantom funciona a modo de pieza adherida de forma intrínseca al thriller coreano cuya coartada histórica ni suma ni resta. Aporta un contexto, una ambientación y puesta en escena que en ocasiones ofrecen un revestimiento más sugerente al film, y poco más. Por lo demás, una nueva muestra de que el género puede brillar en momentos contados, pero su conjunto sigue estando sujeto a una falta de ideas de lo más alarmante que han convertido lo que fuera una revolución en un mero y anodino pasatiempo.

Larga vida a la nueva carne.