Uno de los retos con Obsession es ver si Curry Baker sufre el denominado síndrome del gran salto. Básicamente Curry, conocido por productos artesanos de muy bajo presupuesto como Milk & Serial, acostumbraba a destacar por su habilidad para con escasos medios técnicos ser capaz de empaquetar productos muy sólidos y efectivos. Un terror directo, que a pesar de revisionar los tópicos del ‹found footage› (subgénero ideal para presupuestos bajos) conseguía ser tremendamente impactante por su capacidad de generar atmósferas malsanas combinadas con humor negro y desconcertante. La cotidianidad convertida en pesadilla.
Desde luego Barker no ha saltado a una producción de tamaño ‹blockbuster›, pero quedaba la duda de ver si podía trasladar su imaginario perverso a una cinta más convencional, a priori, tanto en enfoque como en medios. Lo que sorprende en Obsession es que, más allá de abandonar el ‹found footage›, Barker consigue mantener intactas muchas de sus características como director: mala baba, subversión, cotidianidad pesadillesca y un imaginario que consigue hacer de cualquier situación corriente algo malsano. Un cine que no es tanto terror a estallidos sino que lo mantiene siempre en tensión permanente a base de mostrar situaciones reconocibles pasadas por el tamiz del cinismo, el humor negro y una mirada que invita a reírse a la vez que temblar.

En Obsession puede que haya un elemento sobrenatural desconocido en otras de sus producciones. Sin embargo no es ‹leitmotiv› del horror, es un simple gatillo que dispara los eventos y que en realidad es una hipérbole sobre algo que podría suceder sin intervenciones esotéricas. Y sí, hablamos de ese sentimiento que muchos buscan y desean y que, bien trabajado, puede ser lo más maravilloso del mundo: el amor. Pero, ¿qué pasa cuando todo proviene de lo artificial, de una idealización que acaba por destruir todo idealismo?
Como cantaban los Mishima, «Què en farem del desig ara que hem trobat l’amor» (Qué haremos con el deseo ahora que hemos encontrado el amor). Porque sí, en realidad más que de amor esto va de deseo, no tanto sexual, sino de estar enamorado de alguien que sabes perfectamente que no te va a corresponder y desear que sí suceda. Obsession explora justamente esto, el cuidado con lo que deseas no sea que se haga realidad.
Baker subvierte lo que podría ser una clásica historia de obsesión masculina, que derivara en acoso, para plantear su reverso: finamente ocurre pero en forma de espejo, el deseo se cumple y lo que sucede es una historia exagerada, claro, pero se pone encima de la mesa un relato repleto de control obsesivo, anulación individual y la confusión entre el amor con la posesión pura y dura. En este descenso al infierno hay momentos para explorar todas las emociones amorosas en su reverso tenebroso. Celos, súplicas y enturbiamiento de las relaciones externos a la pareja se entrelazan conformando un mosaico de momentos que convierten una relación en una cárcel donde, como una visión opuesta a lo visto en Together, lo único que se fusiona es la codependencia del otro.
El terror llega pues en forma de no querer decepcionar, de no ser capaz de dar una negativa al ser amado para no dañar cuando en el fondo ese conformismo es el que lo destruye todo. Curry Baker pasa pues el examen con su primer proyecto “grande” no solo por su capacidad de mantener sus principios de cinismo gamberro en su vertiente más negra, sino porque consigue trenzarlo todo de manera no solo efectiva o pavorosa, sino también muy inteligente.






