Navidad en Baltimore (Jay Duplass)

Dentro de ese pozo sin fondo que son los catálogos de ‹streaming y los algoritmos, sería pertinente destacar la excepción mayúscula de un título como el que ocupa el motivo de este texto, ya que podría resultar contraproducente pretender defender una película llamada Navidad en Baltimore (2025) por una cuestión de prejuicios o mera asociación temática, pero no deja de ser sorprendente comprobar que, a veces, todavía es posible creer en el milagro de la Navidad.

Los hermanos Jay y Mark Duplass son dos nombres indivisibles de lo que fuera el ‹mumblecore›, y con el pasar de los años y en sus respectivos roles, han sabido mantener esa particular melancolía que define el espíritu de estas producciones de bajo (o bajísimo) presupuesto, aunque sea en películas donde quizá ya se desentienden de la etiqueta. Con The Puffy Chair (2005) contaban algo parecido a una ‹road movie›, en unos códigos muy mínimos, donde una serie de personajes sufridos y solitarios chocaban para hablar, en última instancia, de una irremediable ruptura amorosa. El exceso dramático contrastaba con la austeridad formal, y convertía estas historias en obras profundamente sentidas y cercanas —un ejemplo más radical de estos extremos sería la demoledora Dance Party, USA (2006) de Aaron Katz—. Siguiendo la estela de este legado, su acercamiento a un cine más accesible continúa estando vinculado al amplio abanico del indie estadounidense, y su sello corrobora el recuerdo de una forma sumamente sugestiva de aproximarse a una ficción ajena a los cánones de la industria.

Navidad en Baltimore rehúye de los esquemas presumibles (y prácticamente autoparódicos) de las películas navideñas diseñadas para plataformas, orquestadas vilmente por numerosos intereses y clichés consumistas y heteronormativos. Sin salirse por completo de la raya, su principal diferencia radica al localizar la relación accidentada, afectiva y auténtica entre los dos protagonistas: Cliff (Michael Strassner) y Didi (Liz Larsen). Él es un cómico alcohólico que en la víspera de Nochebuena tiene que volver con la familia de su pareja, mientras que ella es una dentista que pasa la noche sola, ya que sus hijos y seres queridos parecen haberla dejado de lado. El encuentro casual entre ambos, a causa de un imprevisto del primero, llevará a una sucesión de situaciones hilarantes donde aflorará dicha estima con una naturalidad genuina y efervescente, guiados al devenir incierto de no saber que hacer solo para poder alargar la compañía del uno con el otro

El trabajo en la dirección y escritura de Jay Duplass conquista la intimidad de ambos personajes y los revela a través de su vulnerabilidad; exposición que derivará, a su vez, en su consiguiente sinceridad, mostrando sus insatisfacciones con un tratamiento frontal y sin complejos —¿cuántas películas de esta índole empiezan enseñando un intento de suicidio?—. En su ironía demoledora, el relato busca su parte diferencial desde lo improbable e injusto del surgimiento de su relación, que podría ser condenada desde muchas aristas de lo socialmente correcto (o pretendidamente correcto), ya sea mediante la infidelidad de él o por su diferencia de edad o madurez vital. Esta representación de lo inoportuno y moralmente cuestionable para lo propio de estas fechas es lo que elige reivindicar el director, posicionándose en ese riesgo contra lo institucional y sin edulcorados; todo mezclado con un sentido del humor sumamente ácido y absurdo.

Predestinada para rebatir los valores y cimientos de los clásicos familiares, Navidad en Baltimore es también un agradable e irresistible ejemplo de cine independiente que subvierte lo pronosticable para ofrecer un modelo de empatía mucho más determinante y doloroso. Con la misma contundencia que el ‹mumblecore› pretendía dejar entrever, la propuesta es una actualizada alternativa para desdibujar la manida y aburrida “alegría de vivir” por una melancolía inmensa y auténticamente bella, en la última de las grandes (e inesperadas) comedias del año. Un título que seguramente celebrarán quienes pasen estos días sin demasiado entusiasmo.

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