El director japonés Hiroshi Okuyama ambienta su segundo largometraje en un pueblo durante el invierno, época en la que todo está cubierto de nieve y los niños juegan al hockey o practican patinaje en la pista de hielo local. Takuya, un niño que juega en un equipo de hockey sobre hielo sin demasiado entusiasmo, queda fascinado por Sakura, una niña que practica patinaje artístico, y decide dedicarse él también a esta actividad, animado por el entrenador Arakawa, conmovido por su motivación. Con las directrices de su entrenador, los dos niños comienzan a practicar para competir en dúo, pero esta armonía empieza a romperse a medida que termina el invierno.
Con una exposición calmada y sin grandes giros dramáticos, My Sunshine traza a sus tres personajes principales con gran sensibilidad, ahondando en sus motivaciones y celebrando el vínculo que establecen entre ellos; al mismo tiempo, la narración es muy consciente de estar contenida en un espacio y, sobre todo, en un tiempo muy concreto: dichas motivaciones y relaciones están condicionadas al carácter fluctuante de las estaciones en ese pequeño lugar, y, por ello, la dimensión tanto de los afectos como de los conflictos que se generan al respecto es relativa al momento. El hecho de que dos de los protagonistas sean niños acentúa la sensación de estar observando lo que se cuenta como un evento pasajero, que tiene una importancia emocional obvia para ellos, pero que no va a durar y no va a definir sus personalidades más allá del espacio que se les da en pantalla. En ese sentido, el final aporta un tono de ambigüedad que puede resultar simpático al espectador, pero que, en mi opinión, no debería desvirtuar el valor de este enfoque narrativo, que reduce la dimensión y las consecuencias de lo que cuenta con la idea de que lo importante es haberlo vivido en el momento y no trazar en ellos una línea que conecte con el futuro de sus jóvenes protagonistas.
Por otro lado, la situación de Arakawa es algo distinta, porque él no es un niño. Su vínculo con Takuya y con Sakura, y los conflictos que enraízan en este, conectan con su pasado, presente y futuro de maneras más claras. Es el único personaje que cambia de manera sustancial en su vida tras la experiencia, y es también el único que arrastra sensaciones que le han acompañado toda su vida a dicha experiencia, que deja que le influyan y que, finalmente, provocan una brecha. Es dolorosamente obvio que Arakawa proyecta demasiado en Takuya de sí mismo y de su vida anterior como patinador profesional, y que eso termina generando inestabilidad, porque no desarrolla el mismo tipo de conexión con los dos niños. Sakura, quien es considerada una gran promesa del patinaje artístico, se ve desplazada por la atención y el apoyo que recibe Takuya, un novato que debe ponerse a su altura, y pese a su buena sintonía con él en un inicio, termina racionalizando esto en celos e inseguridades que acaban saliendo a la luz de la manera más hiriente para su entrenador y, también, para el propio Takuya, convencido de haber conectado emocionalmente con ella.
A nivel de estructura narrativa, My Sunshine comienza centrándose sobre todo en Takuya, como el punto de vista principal de la historia, y por ello resulta más inmediato ver los cambios y los conflictos que surgen desde su perspectiva más completa y constante; sin embargo, a medida que avanza la narrativa, su foco va dejando cada vez más espacio a Sakura y Arakawa, convirtiendo esta en una historia de tres puntos de vista. Se antoja un poco corta, en este sentido, la perspectiva de Sakura, lo cual en mi opinión se convierte en la principal carencia, ya que no se expande en su contexto emocional y social o familiar de la misma forma que se hace con los otros dos. Esto provoca que sea más difícil entender sus motivaciones y que se vean como más volubles que el resto, lo cual es más consecuencia de errores en la distribución del enfoque narrativo que de la coherencia psicológica del personaje.
En cuanto al énfasis estético y emocional, la película funciona y es eficaz en su mayor parte, pero no puede evitar verse algo cursi y afectada en ciertos momentos, en particular con sus usos de la cámara lenta o con el dramatismo sensiblero con el que se emplea en la historia el tartamudeo de Takuya en no pocas ocasiones. Estos excesos no cuadran bien con la naturalidad pretendida, y con la idea muy loable de valorar las emociones de la narrativa dentro y como parte del espacio pequeño que se les proporciona. En ese sentido, la simpatía general que evoca la cinta no se ve ayudada por estos arrebatos, que dan la sensación de querer aspirar a algo más grande.
Okuyama ha hecho con My Sunshine una obra imperfecta, que es indudablemente bonita y está llena de sensibilidad, pero que en mi opinión no salva todas las dificultades en lo que se refiere a mantener la escala de la narrativa o a distribuir el foco en sus personajes, tal vez por un impulso de dirigir las emociones del espectador en exceso a momentos concretos; frente a una historia que lo que exige es, sobre todo, una observación y asimilación de lo que cuenta más natural y con menos interferencia de su énfasis desigual.
