Si algo cabe destacar durante el arranque de Miss Carbón es el cuidado trabajo visual con que Agustina Macri describe el universo que transita Carla, la protagonista. El plano incide en la figura predominante del hombre —ese contrapicado inicial, el dorsal del patriarca familiar invadiendo casi la totalidad de la imagen…—, mientras el simbolismo se aposenta como un modo de retratar ese peculiar ecosistema donde las miradas se agolpan con extrañeza alrededor de Carla, como si su presencia incomodara o directamente estuviese de más en un ámbito como el que se mueve.
La cineasta argentina apuesta por un estilo que complementa el relato y a su vez busca diluir los tan socorridos tropos del cine social, que quedan relegados a un segundo plano e incluso en ocasiones solapados por el carácter del que hace gala el personaje central. Privilegia así la consecución de una crónica que se dirime entre distintos pasajes y huye de una linealidad que habría aportado mayor cohesión pero al mismo tiempo una naturaleza monótona de la que consigue escapar.
Con ello, el film adquiere una perspectiva mayor, pero al mismo tiempo se pierde en una narración deshilachada que le resta fuerza, no sabiendo madurar secuencias que quizá hubiesen requerido un mayor desarrollo, y agolpando acontecimientos sin otorgar mayor profundidad ni calado tanto a ninguno de sus personajes como a los datos desde los que ir contextualizando el relato. Es, de hecho, la entrada del personaje interpretado por Paco León, un buen ejemplo de todo esto, deviniendo una aparición ciertamente inocua que bien pudiera haber matizado o dotado de algo de complejidad al personaje central.
Y es que es en el apartado en torno a la construcción de la protagonista donde más se resiente el film, resultando un tanto plano su dibujo —y no por la interpretación de Lux Pascal, que lo defiende como buenamente puede—, y dejando en poco más que un bosquejo una faceta psicológica que habría resultado de lo más pertinente definir. A cambio, obtenemos un retrato superficial que apenas incide en aspectos desde los que obtener una mayor tonalidad que nunca se llega a concretar.
Es a causa de esa falta de concreción y profundidad que las secuencias que deberían poseer más intensidad quedan recubiertas por una extraña inanidad. No solo no aportan fuerza al conjunto, sino que además se sienten extrañamente disgregadas del mismo, complementando de algún modo el relato, pero sin lograr conectar con esa parte más reivindicativa que se sustrae ya de la sola puesta en escena de la historia de Carla Antonella.
Puede, pues, que Miss Carbón funcione en otros aspectos, como esa faceta visual que pierde algo de vigor con el paso de los minutos —aunque en su acto final logre sobresalir de nuevo—, pero a fin de cuentas se resiente en exceso de esa falta de temple al dotar de un poso determinado a su narración. Todo se sucede con presteza, sin la serenidad que hubiese requerido en más de una ocasión el film, solapando así sus cualidades.
No es el segundo largometraje de Macri, pese a todo, una mala película, pues aunque se pueda sentir un tanto manida, incluso trillada, sus intenciones y voluntad quedan bien patentes, deviniendo de este modo una obra con ideas claras, que no terminan por conjuntar en especial debido a su dispositivo narrativo, falto de esa enjundia tan necesaria al reflejar momentos como al que dirige la mirada la cineasta.

Larga vida a la nueva carne.