Masakazu Kaneko… a examen

Masazaku Kaneko ya es una de las voces emergentes de la cinematografía japonesa por lo que es muy interesante recuperar The Albino’s Trees, historia con la que dio a conocer al mundo sus personales formas para el drama en las que que conviene destacar su oda al simbolismo como forma de ganar una entereza narrativa repleta de gran sofisticación visual. Si bien La doncella del lago (River Returns, 2024) ha sido su consagración, es curioso enfrentar hoy ambas películas porque comparten no pocos escenarios conceptuales, quedando en evidencia la predilección del cineasta por arrinconar el drama de sus personajes en unas ampulosas ubicaciones naturales, que vaticinan una querencia por la proyección de las aristas rurales de su país. Si en su última película Kaneko se atrevía con dos líneas temporales unidas bajo una leyenda local, en la obra previa que aquí nos ocupa encontramos como también utiliza un cuento local para detonar el discurso, en este caso con la supuesta existencia de un ciervo blanco que simboliza el arraigo al folclore de una población alejada de las grandes urbes y su modernidad. El protagonismo aquí recae en un joven cuya profesión es la de cazar alimañas y llevar a cabo similares controles de plagas, encontrándose en este momento bajo la necesidad económica provocada por el precario estado de salud de su madre; por ello, tendrá que aceptar un trabajo que le lleva a una aislada región montañosa para dar caza a un popular ciervo blanco de la región; considerado como un ente sagrado por los lugareños, el joven tendrá que enfrentarse a una serie de encrucijadas emocionales a medida que él, avatar de la vida moderna, vaya sumergiéndose en la idiosincrasia del lugar.

Con el desarrollo de la historia quedan claras las coordenadas bajo las que Kaneko plantea sus inquietudes respecto a sus personajes. La introducción al protagonista y su profesión, una especie de controlador de plagas, convergiendo con su drama actual (la inminente operación de su madre), rápidamente nos lleva al detonador argumental que supone ese encargo en el que se verá obligado a abandonar la ciudad para inmiscuirse en una zona alejada de la modernidad; este contraste introduce los numerosos conflictos morales que se irán articulando a lo largo del metraje. Yuku, el joven cazador, verá como afloran él diversos dilemas internos a medida que vaya conociendo la población local y sus hábitat, percatándose de la relevancia del folclore como algo impertérrito en la región (simbolizado por ese majestuoso ciervo blanco al que tiene que dar caza), descubriendo el choque entre la modernidad y la naturaleza (escenificado en la propio misión que se le encomienda) y que darán paso a una inevitable serie de conflictos internos apuntillados con el drama familiar de su madre enferma. La historia se construye lentamente y de manera interna, donde los bellos paisajes naturalistas sirven de envoltorio para dar calidez tonal al conjunto de disyuntivas morales que plantea la historia para su personaje central.

Kaneko fecunda su estilo con pulso sofisticado, creando una pausa narrativa que permite disfrutar de la intencional belleza de los paisajes en los que se desarrolla la historia; a medida que Yuku se adentra en los personajes y costumbres locales, aflora el enfrentamiento entre lo folclórico y el progreso, como si la posible desaparición de ese ciervo blanco subrayase el paso agigantado de una modernidad que pretende llevarse de la naturaleza sus últimos estertores. Como ocurrirá después en La doncella del lago, el cineasta apuesta por una fotografía lumínica, con la cámara captando la majestuosidad de unos paisajes naturales a modo de alegato hacia la propia naturaleza; si bien el componente fantástico aquí sólo se reduce al cariz de fábula del ciervo blanco, Kaneko se esfuerza en imprimir una cualidad espiritual a la historia, como si tratase establecer el carácter abstracto de ese folclore que aguanta los envites de un desarrollo moderno que en sus pasos agigantados quiere asolar la región; curiosa es la utilización del trabajo manual de orfebrería, aquí escenificado en uno de los lugareños que Yuku conoce, como un acto costumbrista que se niega a caer rendido ante la imponente evolución económica y social moderna, algo que se verá también en la última película del director.

Que una empresa contrate a un mercenario del sistema, del cual conocemos sus debilidades morales, ejemplifica la querencia por el control de lo moderno sobre lo natural, y la película trata de denunciarlo siguiendo el arco emocional de su protagonista: su comienzo como alguien que simplemente cumple órdenes se desbarata, cuando paulatinamente vaya cuestionándose su papel como herramienta de un sistema que le utiliza. Su desconexión con uno mismo es un drama que Kaneko utiliza para reivindicar el costumbrismo natural, con el elegante cariz cuasi mitológico que le otorga a ese ciervo blanco a modo de conexión perpetua con lo ancestral. Que Yuku lleve a cabo su cometido es algo que aquí no se va a desvelar y tendrá que ser el espectador el que tenga que descubrirlo, pero no queda duda que The Albino’s Trees deja en evidencia el formalismo de su director: sinceridad autoral y simbolismo perspicaz para procrear una realidad local que aquí es denunciada, con la mágica poética de la imagen que ya es una seña de su estilo.

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