En su ópera prima en el largo, Marcelo Gomes rueda una película de la Segunda Guerra Mundial sin convertir esta en el punto central de la narración (casi). Cine, aspirinas y buitres se desarrolla durante 1942 en una región de Brasil denominada el sertón nordestino, una de las regiones más áridas y castigadas del país cuyo nombre deriva de ‹desertão›, “desiertón” o desierto grande, y donde los ecos del conflicto global llegan prácticamente solo por la radio, como un murmullo distante que explica la presencia de uno de los protagonistas en este país. Así, la película propone un contrapunto: mientras Europa queda enterrada bajo las bombas y los edificios destruidos, en el interior brasileño se sobrevive al calor, a la sequía y al olvido. La guerra, que aquí es tangencial y sirve como un telón de fondo, pone de relieve la fragilidad y la persistencia de la vida cotidiana.
Johann (Peter Ketnath) es un alemán que ha huido de su país y recorre las carreteras polvorientas del sertón en una camioneta con la que proyecta películas promocionales para vender aspirinas. En el camino un día recoge a Ranulpho (João Miguel), un nordestino que sueña con llegar a Río de Janeiro, y que pronto se convierte en su asistente. Juntos levantan pantallas improvisadas en pueblos olvidados, mostrando imágenes que para muchos espectadores locales son literalmente las primeras que ven en movimiento. Esa experiencia de descubrimiento —la llegada del cine como milagro y espectáculo— dota a la película de una dimensión poética y casi mágica, aunque siempre enmarcada en la precariedad.
Lo que podría haber caído en el esquema de dos personajes opuestos obligados a convivir y entenderse —el extranjero y el sertanejo— nunca se resuelve de manera fácil. Gomes, conscientemente, se aleja de la caricatura y del didactismo a través de sus personalidades. Johann no es ningún santo, pero tampoco un impresentable jeta: es un hombre pragmático, que sobrevive vendiendo lo que puede, y que al mismo tiempo transmite cierta sensibilidad pacifista. Ranulpho, por su parte, no es solo un acompañante de viaje ingenuo: su cinismo, su orgullo herido y sus ansias de escapar lo convierten en un personaje complejo y vivo. No existen grandes explosiones dramáticas, aunque se puedan sentir.
La película tiene algo de western en sus paisajes, algo de ‹road movie› en su estructura, y mucho del cine brasileño que es capaz de sacar belleza de la dureza y la aridez. Sin embargo, al contrario de lo visto casi 20 años después en Retrato de un cierto Oriente (que Gomes estrenó en España en 2025), Cine, aspirinas y buitres no busca tanto el virtuosismo ni la reflexión política asociada al viaje (por exilio, migración o éxodo rural). Su poética, eso sí, aquí también es densa y recae en la sobriedad. Con sus encuadres quemados por la luz del sol, de hecho, parece despojar la imagen hasta lo esencial: hombres, sueños y, sobrevolando todo, los buitres del título, símbolos de la muerte y la espera.
El viaje de los dos protagonistas está lleno de episodios que parecen salidos de historias orales, escenas, pequeñas y contenidas, que funcionan como destellos de humanidad que se imponen sobre cualquier intento de trama directa o clara. Gomes rueda sin juzgar, con una mirada abierta que se limita a observar, dejando que el espectador decida cómo interpretar lo que está viendo. En este sentido, la película evita el exceso de retórica y de virtuosismo formal, como si quisiera destacar la sencillez poniendo la confianza sobre los hombros de sus personajes. Se podría decir que cuesta encontrarle un discurso, pero no por carecer de él; más bien por los diferentes episodios en los que lo contiene, por decirlo así: habla de la pobreza, del aislamiento cultural, de las huellas de la migración forzada y de los sueños que te ofrece una ciudad desconocida frente al pueblo o el desierto, pero lo hace desde lo íntimo y lo cotidiano. Como en la vida, la conclusión de todo lo que pasa queda abierta a cada uno.
Y entonces llega la Guerra Mundial a ser parte de todos los implicados, después de que Brasil entre en el conflicto luchando contra Alemania. Un cambio de rumbo argumental con el que Gomes consigue una síntesis bastante interesante entre lo particular y lo global. Quizá por eso la película trasciende su anécdota inicial para ofrecer una reflexión sobre la precariedad humana. Con la misma naturalidad con que une la sequedad del sertón con las noticias venidas de Europa, une lo local con lo mundial, lo anecdótico con lo histórico. Brasil, y el sertón dentro de él, se convierte en metáfora de un mundo donde la mayoría de nosotros avanzamos con incertidumbre, confundiendo madurar con tener que confrontar momentos vitales que nadie más te puede resolver, donde las aspirinas y los sueños están a la venta por igual, a la sombra paciente de los buitres.