El ‹coming of age› barnizado por una incipiente sexualidad y pasado por el tamiz de un fantástico, más que tímido, casi testimonial, da forma al nuevo trabajo de Laura Casabé tras las cámaras. No suena original puesto que, en efecto, no lo es, pero la cineasta argentina dispone los mimbres de un film que, dada su naturaleza —el film está estructurado sobre la adaptación de dos cuentos del libro Los peligros de fumar en la cama de Mariana Enriquez, El carrito y La virgen de la tosquera—, logra componer un mosaico mucho más sugerente de lo que parece indicar su premisa inicial.
La virgen de la tosquera articula así su relato partiendo del retrato de un inestable clima social que se desliza del primer segmento del film, donde ese carrito arrastrado por un sintecho será dispuesto como el elemento perturbador que desplazará el foco. La autora de Los que vuelven desliza de este modo un contexto que, si bien raramente conectado, complementa y dota de un relieve distinto a la historia de Nat. Algo que ni siquiera incide sobre aquello que en apariencia se persona como la parte articular del film —la relación entre Nat y Diego, y la irrupción del personaje de Silvia—, aunque paradójicamente se siente mucho más interesante que la narración sobre la que a priori orbita el film.
No obstante, y lejos de la descripción de un ambiente que podría potenciar con facilidad el inquietante carácter del film, todo se siente como un apunte a pie de página, y es que en ese sentido las imágenes pergeñadas por la cineasta porteña no recogen la sensación de desasosiego y cierta desazón que parece sobrevolar uno de sus escenarios centrales. Es ahí donde se diluye en cierto modo la naturaleza genérica de una obra que no parece tener un especial interés en estas construcciones y las emplea más como un somero reflejo que como aquello que podría dotar de una entidad distinta al relato.
Con un libreto escrito por Benjamin Naishtat —al que más de uno recordará, antes de una última etapa más decididamente comercial (Rojo, Puan) por títulos tan sugestivos como Historia del miedo o El movimiento—, sorprende que el también cineasta no recoja esa ambigüedad y extrañeza que ha sido capaz de plasmar en algunos de sus proyectos, y que tan bien podrían encajar en La virgen de la tosquera, en especial a tenor del relato primigenio de Enriquez y de las derivas que se podrían sustraer de su estimulante lectura.
Por contra, los personajes que esboza el (en este caso) guionista apenas están revestidos de matices que se hallan en un texto demasiado vago. Sí, en efecto, se realiza una descripción de los mismos, en ocasiones superficial en exceso, y se aportan a lo largo de su desarrollo detalles que van complementando las relaciones que sostienen, pero todo queda revestido por una planicie que las veces aprovecha en demasía la literalidad del original y olvida avivar un apartado visual excesivamente romo, sin intención y sujeto a una exposición que desaprovecha la riqueza del texto de Enriquez.
No es que, con ello, estemos ni mucho menos ante una película fallida; sí se puede sentir estéril en algún tramo, pero resulta sugerente en su descripción de un marco cuyo horror viene suscitado por sus propias connotaciones. Una lástima que malogre las posibilidades de un ‹coming of age› que podría haber resultado mucho más estimulante, oscuro y complejo, y se queda en el planteamiento. Tampoco ayuda una estructura narrativa un tanto errática, una construcción de personajes trivial pese a los esfuerzos, y una pobre conjunción de géneros que ni siquiera aporta alicientes al conjunto, siendo la vaga construcción de una mitología propia el peor de sus defectos. En definitiva, una ocasión que se siente perdida, y que termina sumida en una frustrante tierra de nadie.

Larga vida a la nueva carne.