Ambientada en un pueblo rural de Valencia, la nueva película del director Alberto Morais se centra en dos hermanos, María y Ángel, que sobreviven como pueden a las dificultades económicas y a la hostilidad que les manifiesta David, quien quiere obligarles a vender el molino y el terreno que pertenecen a Ángel, y que parece disfrutar del fracaso de los dos hermanos. En medio del conflicto, aparece Miquel, un hombre enigmático y de pocas palabras que se presenta para trabajar en el negocio de María y Ángel, y cuyo pasado como ex-presidiario sirve de excusa a David y sus amigos para explicitar el conflicto latente, explotando una violencia descarnada frente a él y a los hermanos.
Regresando de nuevo a tierras valencianas, el lugar donde se crió y que explora con frecuencia en su cine, Morais realiza en La terra negra un thriller rural áspero que escala en odio y en violencia conforme avanza la trama, llegando a límites de auténtica crueldad y horror. Es una historia en la que la maldad pura, la inquina más absoluta y el regodeo despiadado aparecen en sus formas más crudas, en unos personajes que disfrutan de ver fracasar a María y Ángel, de boicotearles y de hacerles sufrir, en base a viejas rencillas que ellos mismos se encargaron de cultivar durante años, y Miquel termina convirtiéndose en el desafío y víctima inesperada de este ambiente tan viciado. Es una película caracterizada por la rudeza, por un tono seco y una hostilidad creciente, cada vez más incómoda y peligrosa.
Sin embargo, la linealidad narrativa y emocional que dicta dicha escalada se presenta aquí por medio de unas interpretaciones con frecuencia hieráticas, en la línea del laconismo de Aki Kaurismäki o incluso de los cuadros casi inmóviles de Roy Andersson. Asimismo, el personaje de Miquel aporta un elemento de evocación casi mágica, con su carisma inexplicable y capacidad de adentrarse en las emociones de los otros personajes y exponer su vulnerabilidad. Estos aspectos narrativos y de puesta en escena hacen de la cinta un viaje en realidad ambiguo y errático, que se mantiene desafiante a la comprensión plena del espectador, y que aportan un tono enigmático, por momentos hasta surrealista, y desconcertante al espectador que llegue con la referencia de otros thrillers rurales en los que la agresividad y el odio escalan y explotan de manera similar.
Hay puntos que no me convencen de La terra negra, y en su mayoría tienen que ver, de hecho, con el aspecto más convencional de su narrativa. La forma de representar la violencia en esta obra se me hace, por momentos, excesivamente impregnada de e intoxicada por la crueldad de sus personajes, llegando a puntos en los que la incomodidad natural de las secuencias deja paso a una mirada incluso sádica hacia los actos espantosos que retrata. Con toda seguridad, Morais no tiene esta intención, pero considero que se deja llevar y en un par de ocasiones se le va la mano; en este punto, también, pueden surgir discusiones al respecto de qué quiere decir y representar este tipo de cine, qué mensaje quiere dar sobre el rural y si este puede pasar sin ser discutido o confrontado. Frente a ello, las decisiones representativas poco convencionales de la película, la ambigüedad con la que trata la expresión emocional de sus personajes y los elementos de misticismo que rodean al personaje de Miquel, constituyen un revulsivo eficaz que, casi por completo, logra revertir estas sensaciones y mantener la fascinación y la intriga.
Sin duda, La terra negra supone una vuelta de tuerca sorprendente, de influencias reconocibles, a un desarrollo narrativo que ya se ha tratado en otras ocasiones, y que puede ser tan eficaz como discutible en sus formas y en su fondo. Estos debates también se plantean aquí, acerca de la pertinencia de y la representación artística y cultural de la violencia, como una suerte de desmitificación del rural que da la vuelta y se arriesga a convertirse en una celebración abierta de su crueldad y sadismo, y complementan las cualidades de una obra que, por lo menos, tiene argumentos cinematográficos y expresivos que no dejan indiferente. Es una película a la que veo inevitable enfrentarme, al menos desde la posición narrativa que adopta, pero que capta mi atención mientras lo hace, y me fascina constantemente con los matices que aporta su curiosa puesta en escena.
